Los efectos de la crisis

El legado del miedo

Es preciso restablecer los consensos sociales y los vínculos afectivos que fortalecen una sociedad

El legado del miedo_MEDIA_2

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ALEJANDRO ESTRUCH

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Podría ser cierto que empezamos a salir de esta crisis terrible, larga, profunda y destructora de tantas cosas. Comienzan los datos a decir que ahora sí que va en serio, aunque costará mucho recuperarse del todo o quizá será casi imposible volver a los niveles de vida de que disfrutábamos hace apenas siete u ocho años. Habrá muchos análisis de lo que nos deja la crisis en términos económicos: tasas de paro desconocidas, parálisis de las inversiones, grandes sectores de la población viviendo en la pobreza o cerca… Pero tengo para mí que esta no es la peor herencia de la crisis; de esto de una manera o de otra, con esfuerzo y quizá aprendiendo alguna lección, podremos salir. Lo que más nos costará es liberarnos del miedo.

Han intentado convencernos de que la culpa de lo que ha pasado es nuestra. Veamos las supuestas causas de la crisis: déficit público, déficit comercial y sobreendeudamiento privado. ¿Exceso de gasto social? Al empezar la crisis teníamos superávit, y nuestro déficit no es la causa de la crisis sino su consecuencia normal en cualquier país decente. ¿Baja competitividad y altos salarios? EEUU tiene un enorme déficit comercial, y no parece un país poco competitivo ni caracterizado por los salarios elevados. Han sido las políticas comerciales agresivas del Sudeste Asiático, China y Alemania las que al generar grandes masas de ahorro han inflado la burbuja inmobiliaria en EEUU, el Reino Unido, Portugal, Irlanda, Grecia y España. ¿Conductas de nuevo rico? Simplemente, respuesta a los incentivos: con tipos de interés reales cercanos a cero o incluso negativos lo más sensato es endeudarse, no ahorrar.

Se hizo un diagnóstico equivocado de la crisis basado en criterios ideológicos donde no había lugar para la opinión de los técnicos independientes, porque explicar las verdaderas razones de lo que estaba pasando habría contradicho la religión del mercado. Estos principios y creencias, aunque respetables, eran errados, y han justificado primero la desregulación de los mercados y después políticas de austeridad y recortes sin ningún tipo de consideración por sus efectos económicos, sociales y políticos. Podría decirse que todo se basaba en la creencia -o la intención de hacernos creer- de que la responsabilidad de la crisis era de sus víctimas.

Y es que cuando las víctimas se sienten culpables son más manejables, más proclives a aceptar políticas que me atrevo a llamar canallas: esta austeridad que afecta sobre todo a la educación, la sanidad, las pensiones y la protección social, es decir, a los gastos que tratan de reducir las desigualdades y que afectan principalmente a los sectores sociales más vulnerables. O bien surge una especie de buenismo pseudo-utópico con movimientos como el 15-M o plataformas con lemas como Que paguen ellos o Sí se puede. Pero también aparece, sobre todo, la desconfianza. Hemos dejado de creer en el sistema político y en el sistema económico. Vivimos inmersos en una más que razonable sensación de injusticia al amparo de la idea, no del todo cierta pero sí en buena parte, de que siempre pagan los mismos.

De ahí el éxito de los movimientos antisistema y el auge de partidos minoritarios que tienen la ventaja de que pueden prometer cualquier cosa porque saben que nunca tendrán que hacer frente a sus promesas. La consecuencia de todo esto es el miedo al presente y al futuro. Y ya se sabe que el miedo, como el sueño de la razón, engendra monstruos. Pero además facilita la aplicación de políticas duras y fomenta la aparición de fenómenos populistas como los que proliferaron en Europa en la década de los 30, con sus funestas consecuencias, porque una sociedad atemorizada y con la autoestima baja está dispuesta a agarrarse a un clavo ardiendo y a escuchar los cantos de sirena de los oportunistas, que nunca faltan.

Es urgente superar el miedo. Y como en la infancia, el miedo se supera en compañía. Es necesario restablecer los consensos sociales y los vínculos afectivos que dan fuerza a una sociedad. Necesitamos propuestas claras que incluyan un reparto justo de los sacrificios y esfuerzos que aún nos esperan, y políticas que sean aceptables para todos. Las que se han hecho hasta ahora no lo son éticamente porque afectan más a los más débiles, ni económicamente porque han alargado y endurecido la crisis, ni políticamente porque han generado una grave crisis institucional.

No es solo la política económica. Reconstruir la confianza de los ciudadanos exige decir la verdad y presentar a una sociedad madura, que sea capaz de asumir sus responsabilidades, un relato creíble y comprensible de lo que haremos. Solo la verdad nos devolverá la esperanza y nos liberará del legado del miedo.