Al contrataque

El federalismo es ilegal

ERNEST FOLCH

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El federalismo, más que una ideología, es un mecanismo de autodefensa. Nadie había tenido el más mínimo interés en ponerlo en la agenda antes del tsunami catalán, y solo ha empezado a ser reivindicado tardíamente cuando ha aparecido la utopía del punto medio: entre el unionismo y el independentismo, dicen sus adeptos, debe haber esa tercera vía todavía no identificada.  Antes, el federalismo era solo una vaga idea inconcreta que ayudaba a llenar los silencios de los mítines y que por supuesto nadie aspiraba a llevar a la práctica. Hasta que llegó el famoso debate de los tres parlamentarios catalanes en el Congreso y se oficializó por fin bajo la curiosa forma del constitucionalismo reformista.

Y es que una de las características inmutables del federalismo es que siempre llega tarde: hubo incontables ocasiones para demostrar que era una herramienta útil y honesta y no una simple maniobra dilatoria. El PSOE tuvo delante de sus narices aquel Estatut, pero prefirió pasarle el rodillo de Alfonso Guerra e inmolar a Pasqual Maragall en aquella espectacular maniobra Zapatero-Mas-Duran en los tiempos no tan remotos en que lo trascendente era el asalto al poder y no ninguna consulta. La última ocasión para el federalismo, ya en tiempo de descuento, fue la sentencia fatal del Tribunal Constitucional, pero una vez más los que ahora se hacen los alarmados ante el conflicto catalán se pusieron otra vez de perfil y miraron al techo. Mira por dónde, la vía federalista asoma ahora, dos manifestaciones después, cuando la consulta ya ha sido convocada no por Artur Mas como cuentan los tabloides sino por más del 70% de los representantes del pueblo de Catalunya. No es, pues, ninguna solución, como se proclama, sino otro freno, más elegante y civilizado que los gritos tabernarios de los tertulianos ultras, pero puro freno al fin y al cabo.

El mismo vía crucis

Lo surrealista del caso es que el federalismo constitucionalista está a punto de envenenarse con su propia medicina. La excitación socialista del pasado martes se desinfló de golpe hace unas horas, cuando cuadros menores del PP le recordaron al PSOE la triste realidad de la unidad patria: en la Constitución tampoco caben las aventuras federalistas. La conclusión es que es el mismo vía crucis modificar una coma identitaria de la Constitución que derruirla. O dicho de una manera más cruel: el federalismo también es ilegal. Sí, no solo una multitud de parlamentarios y de ciudadanos catalanes viven fuera de la ley. A este selecto club ya podemos dar la bienvenida a Rubalcaba y sus muchachos, incluidos sus disueltos fieles del PSC, que acaban de descubrir la paradoja de vivir contra el sistema que dicen defender. Y es que por muchos esfuerzos que se hagan, impostados o no, la encrucijada identitaria es dramáticamente dual: o sagrada unidad legal inquebrantable o ruptura. Ilegal, por supuesto.