La encrucijada catalana

El aniversario del príncipe y nosotros

El proceso soberanista catalán corre paralelo a un calendario electoral que favorece la lucha partidista

PERE VILANOVA

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No, no va del príncipe de Asturias. Hace pocos días se cumplía el 500 aniversario de El Príncipe de Maquiavelo, o más exactamente, de la carta en la que nuestro autor anuncia a su amigo Francesco Vettori que ha escrito el mencionado tratado. Hace cinco siglos -no es poco tiempo- que la humanidad dispone de un magistral manual con un marco teórico que fundamenta en última instancia la esencia de la acción política: la razón de Estado. El núcleo duro de la política, vestido con mayor o menor acierto con ropajes de ética, moral o defensa del interés general, tiene como esencia la competición por el poder. Que dicha competición esté más o menos sujeta a reglas, que haya consenso sobre las mismas, que descanse sobre un contrato social como fundamento común a todos los actores, todo esto ofrece hoy, cinco siglos después de Maquiavelo, una variada gama de modelos.

Viene esta introducción a cuenta de la situación que vive el proceso soberanista. Ya hay pregunta(s) y fecha. No hay ley de consultas, no es aplicable la ley catalana de referendos, no hay ley electoral catalana desde 1980 (la única comunidad autónoma que no la tiene, porque no ha querido tenerla… ¡en 33 años!), y el president ha dicho varias veces oficialmente y en público en los tres últimos meses que habrá consulta sí o sí… pero legal, Y, ah, sí, esta pregunta acordada el jueves va a ser enviada a Madrid para que sea autorizada por quien ya ha dicho que no lo hará.

Los firmantes del acuerdo tienen un problema. Por un lado, el movimiento social transversal, que ha tenido sus puntos culminantes en los actos de las Diades del 2012 y del 2013, sigue siendo muy amplio, pero empezaba a mostrar signos de duda y resignación. También había ido arraigando la sensación colectiva de que uno de los principales obstáculos del proceso era precisamente el instrumento que tendría que hacerlo realidad: los partidos, que en sede parlamentaria y en sede mediática pasan gran parte de su tiempo útil mostrando sobre todo sus reticencias, desconfianzas y obsesión de no perder terreno frente a los demás. Esta tensión entre una demanda social fuerte y su representación política e institucional es un problema que ni Maquiavelo se atrevería a resolver, pero explica el acuerdo del jueves. Algunos de sus firmantes, por cierto, ya se han apresurado a poner notas a pie de página, por decirlo así.

Uno quisiera pensar que los partidos tienen un plan B para el día siguiente, porque todo indica que no habrá consulta. ¿Cuál sería: unas elecciones anticipadas en el 2014 o  en el 2015? Quizá, pero hay más plan B. Tenemos un calendario electoral en ciernes que va a convertirse en la verdadera hoja de ruta de la clase política en su totalidad, sobre todo si no hay consulta. En el 2014, elecciones europeas. Esperemos que la absurda tentación de convertirlas en una especie de plebiscito soberanista, con una participación que si llega al 40% ya será mucho (la última vez fue del 43%), se haya extinguido antes de llegar a fin de año.

En el 2015, elecciones municipales y elecciones generales en España. ¿Alguien cree de verdad que no van a ser relevantes para los partidos catalanes y para sus electores? Ya hay quien piensa que las municipales son la «nueva oportunidad» plebiscitaria, lo que permite a la vez ganar tiempo y anunciar a la ciudadanía: «No tengamos prisa, nuestra estrategia es llevar el proceso soberanista a las municipales». Como en 1931 y el advenimiento de la Segunda República, más o menos. Pero en aquella ocasión la proclamación por Macià de un Estado catalán en una inexistente confederación ibérica acabó en una cortés pero breve conversación entre Madrid y Barcelona que culminó en el Estatut de Núria. En cuanto a las elecciones generales, serán más determinantes todavía. Con la certeza de que ni el PP ni el PSOE tendrán una mayoría como las que han ostentado, incluso sin mayoría absoluta, a lo largo de tres décadas, el peso de las minorías (minoría catalana, minoría vasca, IU y UPD) cobra un valor cualitativo sin precedentes.

Y en el 2016, si no son antes, elecciones en Catalunya.

De modo que el proceso soberanista a partir de ahora corre en paralelo a un calendario electoral de cuatro elecciones en tres años. Y este escenario no es el más favorable para construir un frente soberanista (uno de verdad) sino para la agudización de la competición entre partidos, aunque se pretendan todos a cada cual más unitario. La lectura de El Príncipe no es el manual mágico para salir de este embrollo, pero sí podría ayudar a volver a los básicos de la acción política. La ciudadanía, además del llamado derecho a decidir, se ha ganado el derecho a preguntar a los partidos sobre el día siguiente, y sin tener que esperar al 10 de noviembre del 2014.