La rueda

Eficaces, pero muy ineficientes

RAMON FOLCH

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Cada mañana, el metro se llena de gente razonablemente aseada. Se han levantado a su hora, se han vestido correctamente y han dado con la boca adecuada de la línea pertinente. A su vez, los trabajadores del metro se han levantado aún más temprano y se han incorporado a su exacto lugar de trabajo. Lo mismo ocurre con los autobuses, los trenes, los tranvías, los coches privados o las motos. La máquina urbana funciona aceptablemente bien, así pues.

Consigue ser eficaz. El diccionario define la eficacia como la capacidad de lograr el resultado perseguido. Por eso nuestras poblaciones son eficaces, porque en ellas pasan las cosas que se espera que pasen. Traten de coger un autobús en según qué país y experimentarán el concepto de ineficacia. En general, el primer mundo es eficaz. Muy eficaz, incluso. ¿A qué coste, sin embargo? Aquí entra en juego el tema de la eficiencia. El diccionario la define como la capacidad de conseguir los resultados perseguidos, pero, además, con los mínimos recursos posibles. O sea, que la eficiencia es la eficacia eficaz. No es ningún juego de palabras. La eficiencia es la eficacia eficaz en un mundo entregado a la eficacia ineficacísima. Por ejemplo: transportar 70 kilos de persona mediante un automóvil que pesa una tonelada.

Solo el 15% de la energía extraída a pie de pozo de petróleo deviene fuerza motriz en la rueda del coche. Y menos del 10% de este 15% (es decir, menos del 1,5%) es personal en movimiento, porque el resto es hierro que se desplaza, pérdidas térmicas, transporte de hidrocarburos, etcétera. Así que nuestra eficacia es muy ineficiente, aunque el metro ande lleno de gente duchada. Deberíamos pensar en ello. Entonces quizá comprenderíamos que nos conviene un profundo cambio social, productivo y de consumo. Reflexionar un poco de vez en cuando no duele en absoluto.