Dime si presumes de ser feliz...

LUCÍA ETXEBARRIA

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¿Qué tienen en común Amy Winehouse, la princesa Diana, Pete Doherty, Britney Spears, Courtney Love, Lindsay Lohan, Angelina Jolie, Demi Lovato?

Ataques de rabia, relaciones volátiles, intentos de suicidio, visitas al psicólogo intentos autolíticos (cortarse), desórdenes alimenticios, adicciones.

También familias desestructuradas, en las que se vivió violencia, y un abandono temprano del hogar por parte de uno de los padres.

Todos ellos fueron diagnosticados en algún momento de tener trastorno límite de la personalidad.

Quizá simplemente lo que deberíamos decir es: personas extremadamente sensibles y creativas que sufrieron un trauma en la infancia. Y que sobrevivieron como pudieron, haciendo gala de una gran fuerza, pero marcados a la vez por una enorme vulnerabilidad emocional. Dotados de una gran creatividad y empatía. Con una intensidad de vivir que a veces es difícil de llevar, pero también les genera creatividad, talento y fuerza.

Decía el psicólogo John Dewey que toda teoría psicológica es una teoría política, porque es una forma de ver el mundo y de enseñar a los demás a habitar en él. No es casualidad que la psicología positiva haya crecido precisamente con el auge del neoliberalismo. En 'coaching', en libros de autoayuda, en televisión, conferencias, cursos, páginas web, congresos, terapias, empresas... se trabaja y plantea la felicidad como objeto científico y como una aspiración necesaria y natural.

Se afirma que el bienestar está únicamente en uno mismo, con independencia de las condiciones externas. Que no importa si te han despedido o desahuciado. Que con tu pensamiento positivo puedes lograr lo que quieras.

Una cosa es que la necesidad de un cambio de mentalidad y valores pueda estar en la base de algunos problemas de salud mental. Otra es fomentar el pensamiento ilusorio irracional, desmovilizar a la gente para una lucha colectiva que mejorase sus niveles de vida.

Si alguien siente rabia por la situación injusta en la que vive, orientarle para que viva sin rabia, sin dolor, sin tristeza es muy complicado. Y por eso recurrimos a las pastillas y a la medicalización. Es más fácil.

En psicoanálisis se suele decir que hablar mucho de algo indica una carencia interior. Siempre que leo esto me acuerdo de una famosa señora de la jet set que siempre habla de si Menganita o Zutanita «no tiene clase». Quizá la que se siente desclasada es ella, que llegó a la clase alta por vía matrimonial, y que era hija de portera.

Quizá por eso nuestra sociedad está tan obsesionada con hablar de la felicidad. Nos bombardean con más felicidad cuanto más difícil es -en una sociedad consumista, alienante y extremadamente competitiva- sentirse feliz.

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Y empastillan y etiquetan a los que sufren, lloran y sienten rabia. A los creativos, a los disidentes, a los distintos. Artistas heridos que son «trastorno límite», niños desatendidos que ahora son «hiperactivos», tímidos que sufren de «fobia social». Pastillita y arreando que es gerundio.

Pero quizá ese niño «hiperactivo» en realidad no es más que un niño que consume demasiado azúcar, se pasa el día enganchado a una consola, y apenas pasa tiempo de calidad con sus padres. Tiempo a solas tranquilos. Escuchándose unos a otros, no en un restaurante o en un centro comercial, o delante de la tele, la play o el móvil. El «fóbico social» quizá simplemente ha sufrido un trauma que le hace temer salir a la calle y hablar a los demás. O quizá ha vivido sobreprotegido toda su vida. Y la sobrepotección es otra forma de maltrato.

En una sociedad en la que si hablas a Dios le estás rezando, pero si te responde tienes esquizofrenia, quizá la locura sea la única reacción sana, como decía uno de mis autores de cabecera, el psiquiatra Tomas Szasz.

La plaga de la humanidad -sigo citándole a él- es el miedo y el rechazo de la diversidad. La creencia de que solo hay una manera correcta de vivir, solo una forma de regular el derecho religioso, político, sexual, es la causa fundamental de la mayor amenaza para el ser humano: los miembros de su propia especie, empeñados en asegurar su salvación, seguridad y cordura.

Empeñados en que seamos insensata y falsamente felices.