Editorial
El desafío del absentismo escolar
La batalla para frenar las ausencias en las aulas pasa por la complicidad entre familias, profesores y Administración
Periódicamente, los informes PISA que miden la calidad de los sistemas educativos en el mundo sitúan a España en posiciones poco brillantes. La última evaluación, presentada en el 2012, revelaba que el alumnado español apenas había mejorado en índices globales durante los últimos diez años, mientras que se seguían detectando problemas de fondo como el absentismo escolar, que conduce de forma irremediable a unos altos índices de fracaso educativo y que no es más que el anuncio de un futuro poco halagüeño para cualquier país.
El informe internacional cifraba en el 28% el porcentaje de estudiantes españoles de 15 años que admitían faltar a clases con mayor o menor frecuencia y de forma voluntaria. En el caso de Catalunya, ese poco ejemplar índice, aunque algo inferior (el 25%), desató las lógicas alarmas, hasta el punto de que la Conselleria d'Ensenyament ha planteado la lucha contra el absentismo y el abandono escolar como uno de sus objetivos centrales de este curso.
Se trata de un desafío nada fácil de superar, porque las razones por las que un estudiante opta por no asistir a clase son de muy diferente naturaleza (factores psicológicos y/o socioeconómicos) y adopta varias manifestaciones, entre las que no hay que olvidar el absentismo interior: la presencia en el aula pero con una actitud pasiva y desconectada de lo que ocurre a su alrededor.
No estamos ante la tópica travesura de hacer novillos de forma esporádica, sino frente a la opción voluntaria de un adolescente que no encuentra en el instituto la respuesta a sus problemas e intereses, que acumula retrasos en relación con su grupo de edad o que quiere buscarse el futuro al margen del sistema escolar creyendo que cubrirá sus vacíos pedagógicos acudiendo a una enciclopedia en internet.
Frente a un problema de esta envergadura, y cuando la austeridad tampoco permite refuerzos específicos, es preciso desarrollar una estrategia basada en la complicidad activa entre las familias, que deben prestar la atención necesaria a la evolución del aprendizaje, y la Administración y los profesores, interpelados a aplicar programas donde el adolescente halle respuestas a sus dudas formativas, y humanas, de manera que le disuadan de bajarse en marcha del tren educativo para viajar quizá a ninguna parte.
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