En defensa de Gabriel Rufián

Gabriel Rufián, en la tribuna.

Gabriel Rufián, en la tribuna.

NEUS TOMÀS / BARCELONA

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Gabriel Rufián es una persona que no deja indiferente. En eso creo que existe un consenso entre sus fans y sus detractores. Debe ser el único. Como político hay que reconocer que su estilo es, como mínimo, curioso. Se escucha entre pausas inacabables y fija la mirada al horizonte como si la cosa nunca fuese con él. Incluso se escucha cuando lo que dice lo ha repetido 20 veces y no mira al interlocutor ni cuando le está interpelando. Es así. Pero tanto si irrita mucho, poco o nada, Rufián no ha cometido delito alguno.

La dirección de ERC le escogió para atraer a electores del área metropolitana y así se explica que aproveche cualquier ocasión para reivindicarse charnego en una Catalunya que aspira a no distinguir a sus ciudadanos por el origen. Sea una estrategia o una convicción, el pasado 20-D le dio un gran resultado: 599.289 ciudadanos le dieron su voto. Nueve escaños, el mejor resultado de los republicanos en unas generales. Y aunque fuesen menos, él y sus votantes merecen un respeto. Como mínimo el mismo que muchos de los que le insultan sí tienen para los electores que hicieron presidente a José María Aznar, por decir un nombre. Si quieren, por eso de actualizar los referentes, algunos deberían preguntarse por qué les molesta tanto el ‘estilo Rufián’ y tan poco el de Rafael Hernando. ¿Ofende más quien cita a Luis Bárcenas y Rodrigo Rato en la tribuna del Congreso que quien insulta a los familiares de las víctimas del franquismo en una tertulia vergonzante?

Ya puestos, lo que es indignante es que alguien (Alfredo Urdaci)  califique de “discurso subnormal” la intervención del portavoz de ERC. Parafraseando a David Fernàndez, solo alguien que no tiene vergüenza puede hacer un comentario así.

A Rufián se le ha comparado con el coreano Kim Jong-un, el fascista Benito Mussolini, la mano derecha de Hitler,Joseph Goebbels, o los conversos occidentales reclutados por el Estado Islámico. Todo en un solo artículo.

Cuando le conocí nunca pensé que escribiría un artículo en defensa de Rufián. Me molestó que cuando le hablaba tuviese la sensación de que prefería mirar al horizonte. Sigo sin entender por qué sus pausas son tan interminables y sospecho que tanto reivindicarse como charnego es sobre todo una estrategia. Pero, sí, defiendo el derecho de un diputado a expresarse en libertad, a decir lo que piensa sin faltar a nadie, a reivindicarse independentista si así es como se siente y que lo haga con las pausas que quiera y mirando a donde le plazca.