La encrucijada catalana

No confundan ilusión e ilusionismo

La estrategia independentista se basa en un engaño sistemáticamente programado

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MANUEL CRUZ

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En las últimas semanas hemos tenido ocasión de leer y escuchar abundantes críticas a las ideas defendidas en laCrida a la Catalunya federalista i d'esquerres, sin que haya faltado algún que otro ataque al texto mismo del manifiesto y a sus firmantes. Quienes nos los han dirigido -independentistas sobrevenidos en su mayor parte- resumían su diferencia respecto de nuestros puntos de vista en un eslogan:Ilusión frente a miedo.Es un buen eslogan, hay que reconocerlo. Lástima que no sean quienes lo utilizan masivamente por tierra, mar y aire los más adecuados para sostenerlo.

¿Acusarnos a nosotros de miedo cuando ellos llevan, si sumamos sus dos etapas, ¡un cuarto de siglo! en el poder, agitando sin descanso temores diversos? Que si la lengua está en peligro, que si quieren invadir competencias, que si la autonomía está amenazada, que si Catalunya misma podría desaparecer... ¿Los que han vivido políticamente del miedo nos lo van a endosar a nosotros? Nuestra posición no es la que se empeñan en atribuirnos: tenemos tanta preocupación como el que más por el futuro político de este país y por las formas que debe adoptar su autogobierno en el futuro (¿hará falta recordar quién luchó más por la libertad nacional de Catalunya, así como por su lengua y por su cultura, cuando era realmente arriesgado hacerlo?), pero nuestros miedos en este momento son de otra naturaleza: tenemos miedo -porque la solidaridad está en el ADN de las gentes de izquierda- de que la derecha catalana, en perfecta sintonía con la española, continúe desmantelando nuestras incipientes estructuras de Estado del bienestar. Tememos, sí, que se incremente el sufrimiento de todas las personas que están padeciendo los recortes de los que el Govern de CiU presume de ser avanzadilla, cuando no laboratorio.

¿Y qué decir de la ilusión? También podemos tener tanta como el que más, pero lo que no estamos dispuestos a aceptar es que intenten hacer pasar por ilusión lo que no es más que mero ilusionismo. O, por decirlo con toda claridad, engaño sistemáticamente programado. Piensen, si no, en la versión oficial, propalada hasta la saciedad por los medios de comunicación públicos catalanes, de las razones para explicar la inopinada irrupción del independentismo en la agenda política. Se repite una y otra vez que este surge directamente como reacción, airada y espontánea, a la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatut. En ese sentido, la manifestación de la pasada Diada, tan entusiasta ella en su independentismo, conectaría directamente con la celebrada en julio del 2010.

Pero el relato, qué se le va a hacer, ofrece una importante vía de agua. Porque la pregunta a este respecto resulta poco menos que inevitable: ¿no pasó nada en el transcurso de esos dos años? Según parece, para los portavoces de esta versión resulta del todo punto irrelevante que el PP y CiU se hubieran dado apoyo mutuo en sus respectivos parlamentos, aplicando idénticas políticas, perfectamente indistinguibles. En realidad, hasta tal punto ha llegado el paralelismo que la obscenidad de la amnistía fiscal al dinero negro por parte del Gobierno central ha encontrado su perfecta réplica en el Govern de CiU, que, lejos de desdecirse por haber suprimido nada más iniciar la legislatura recién finalizada el impuesto de sucesiones, acaba de declarar que no tiene la menor intención de restablecerlo en el futuro.

La cosa no acaba aquí. Porque cuando los firmantes del manifiesto hemos alzado la voz para rechazar esta situación (el engaño de que finjan estar enfrentados quienes han ido de la mano hasta ayer mismo) y decir que tenemos un proyecto propio, que ofrecemos una alternativa tan creíble como ilusionante, que no pretendemos hacer pasar por virtud la insolidaridad entre los pueblos sino que queremos avanzar hacia unas estructuras políticas federales, más justas y cooperativas, dentro de una España plenamente federal, ellos, los que presumen de ilusionados, lejos de concretar su propuesta y abrir de una vez un debate democrático en el que pudieran confrontarse las respectivas argumentaciones, se comportan como auténticos cenizos aguafiestas y repiten machaconamente la salmodia: demasiado tarde.

Curioso: se quejan de la falta de diálogo y cuando alguien se lo ofrece responden que es demasiado tarde. Se quejan de que los intelectuales españoles no se preocupan de Catalunya y cuando estos lo hacen, escribiendo artículos y publicando sus propios manifiestos, responden: demasiado tarde. Se quejan de que no se plantean propuestas para pensar nuevas formas de articulación entre Catalunya y España, y cuando las hacemos responden: demasiado tarde. ¡Es que se quejan siempre estos ilusionistas! ¿No será que les importa más quejarse que ver atendidas sus quejas?

Catedrático de filosofía de la UB

y firmante del manifiesto federalista.