Geometría variable

¿Con 62 diputados llega la agonía?

JOAN
Tapia

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Tras las elecciones del 27-S, la política catalana gira sobre si Artur Mas será reelegido. Con 62 escaños, a seis de la mayoría absoluta, a Mas no le basta la abstención de la CUP en segunda votación. Precisa el apoyo puntual de dos diputados cuperos porque, en caso contrario, el resultado sería: 62 votos a favor, 63 en contra y 10 abstenciones. El finiquito.

Pero el martes, cuando ya se visualizaba que Mas yacía en el suelo y Josep Rull imploraba a Antonio Baños generosidad, emergió el aparato del Estado que, con su destreza habitual, le conminó a declarar el próximo 15 de octubre (la fecha del aniversario del fusilamiento de Companys). El separatismo ortodoxo respiró. El Tribunal Superior de Justícia de Catalunya (TSJC) era el séptimo de caballería. ¡Salvados!, ahora la CUP entraría en vereda.

No tengo una bola de cristal para adivinar la reacción de la CUP. Tampoco es la madre del cordero. Sí, se ha vuelto a demostrar la estulticia del aparato del Estado. No solo de la sala de gobierno del TSJC, que ha dictado una providencia con notoria inoportunidad. Ni creo que haya habido una conspiración vengativa contra Mas. Ni (menos) salvadora para darle el oxígeno de la CUP. El origen de todo es el craso error del Gobierno del PP al hacer que la fiscalía se querellara por el 9-N. Mariano Rajoy (que ahora se lava las manos) apostó por pudrir el problema enviándolo a los tribunales. También quería acallar a los que dentro del PP le atacaban por no haber impedido que 40.000 voluntarios pusieran las urnas. Luego ha intervenido Kafka: el presidente del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), Carlos Lesmes, dando prisas al del TSJC; el propio presidente de este tribunal, Miguel Ángel Gimeno Jubero, que se sabe purgado por desafecto, retrasando y acelerando; al final el ministro Rafael Catalá que, pese a que la justicia debe ser independiente (o parecerlo), no ha dudado en erigirse en portavoz de un tribunal regional.

¡Acumulación de las ineptitudes! Con su aguda sorna, el editor Daniel Fernández lo ha resumido diciendo que Mas debería enviar una «panera» al guionista del espectáculo. Suponiendo que el guionista no sea el caos.

La madre del cordero

Pero vayamos a la madre del cordero. Lo sustancial hoy es que la famosa y laboriosamente gestada lista unitaria se ha quedado solo en 62 diputados, nueve menos de los que tuvieron por separado CiU y ERC en los comicios del 2012. Y los mismos que tuvo CiU, sola, en el 2010.

Y con 62 diputados se puede gobernar con comodidad relativa si se hace un pacto de legislatura o se recurre a la geometría variable (como Mas en el 2010). Pero con 62 diputados no se puede romper un Estado ni llevar a cabo un programa maximalista. Y menos sin el pacto estable que Mas no puede alcanzar.

Quizás los cuperos le acaben prestando dos diputados. El problema seguirá porque con la CUP (salvo súbita conversión al reformismo) solo se puede pactar la desobediencia al Estado y al capitalismo. Válido y quizás bonito para dos noches pero no apto para gobernar. Para que el sucesor de Andreu Mas-Collell pague a fin de mes.

Y no quedan más socios. No tanto porque ICV-Podem y el PSC hayan sido presentados durante toda la campaña como botiflers (Miquel Iceta y Joan Herrera tienen la piel muy curtida), sino porque implicaría rectificar lo de la independencia. ¿Renunciar a romper el Estado para romper Junts pel Sí?

Con 62 diputados, Mas quizás sea investido. O no.  En cualquier caso, ¿después qué? ¿Es el inicio de una agonía que si alcanzara la máxima irracionalidad nos conduciría a la autodisolución del Parlament en dos meses y a nuevas elecciones dentro de cuatro? ¿O dentro de un año? Ni lo quiero ni lo puedo creer.