Dos miradas

Cizaña Cañizares

Representas una religión que tiene la compasión, la solidaridad, el amor y la generosidad entre su razón de ser, y eso no reza en absoluto con tu discurso

EMMA RIVEROLA

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Mira, Cañizares -si permites que me ahorre lo de monseñor-, de nuevo el mar ha escupido niños muertos. Esta vez no han ocupado las portadas porque, tristemente, ya no son una novedad. Siguen llegado. Y siguen muriendo. Ahí tienes tu caballo de Troya. Así definiste el éxodo de refugiados que se arrastran hacia Europa. Tus palabras resultarían igualmente repugnantes si fueras panadero, taxista o comercial, pero el caso es que tú representas una religión que tiene la compasión, la solidaridad, el amor y la generosidad entre su razón de ser, y eso no reza en absoluto con tu discurso. Es más, podríamos tacharlo de traición. En una empresa sería motivo de despido procedente. Patada y a la calle. A buscar cobijo en las tripas de un caballo de Troya.

Dijiste algo más, te preguntabas si todo en la invasión de refugiados era «trigo limpio». Sin duda, tu referencia a la parábola del trigo y la cizaña no deja de ser paradójica. Según el Evangelio, dada la gran similitud entre una y otra planta es mejor dejarlas crecer juntas, y cuando dan su fruto se puede distinguir una de otra. Un modo de decir muchas cosas: no juzgar a priori, aceptar la posibilidad humana de errar y acertar, reconocer que en cada uno habitan las dos simientes… Quien presume de ser trigo limpio -o acusa a los demás de no serlo- es un ignorante o un impostor o un cínico. Un parásito que corrompe el cuerpo que habita. Cuánta cizaña, Cañizares.