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Cinco horas con Damon

El alma de Blur calificó de «épico» su concierto en el festival de Roskilde

JORDI PUNTÍ

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Aveces un hombre muerde a un perro y es noticia. El pasado sábado, Damon Albarn -alma de Blur, Gorillaz, etcétera- actuaba en el festival de Roskilde, en Dinamarca, para presentar su proyecto Africa Express. Cuando llevaba cinco horas tocando, acompañado de músicos invitados, los organizadores le pidieron que lo dejara, eran las 4 de la madrugada y ya tenían bastante. Él se negó y entonces un vigilante de seguridad, conocido por el nombre de Big Dave, se lo cargó a la espalda y se lo llevó del escenario entre risas. En los vídeos que circulan del concierto se ve como el grupo tocaba una versión del Should I stay or should I go? de The Clash. Cuando terminó, los músicos dejaron los instrumentos y se fueron, pero la pregunta quedó en el aire: «¿Me voy o me quedo?», y Damon Albarn decidió quedarse. Sentado en el piano, siguió cantando la misma canción y una parte del público le acompañó. De repente era como si el héroe del birtpop hubiera interpretado un oráculo del afterpunk y estuviera condenado a seguir tocando para siempre.

El propio Damon Albarn comentó luego que había sido «un concierto épico» y la noticia, claro, es que un artista esté en el escenario durante cinco horas y al final tengan que echarle. El mundo al revés. La gran mayoría de músicos aguantan una hora y media, dos como mucho, y uno casi siempre se va del concierto con la sensación de que se ha hecho corto. La proeza de Damon Albarn puede atribuirse a muchas razones. No hay que descartar, en primer lugar, que el chico se lo estuviera pasando muy bien, estuviera o no sazonado con euforizantes. También hay que tener en cuenta que vive ahora mismo un brote de creatividad: este verano hará gira con Blur para presentar su nuevo disco tras 12 años, The Magic Whip, y se acaba de presentar en Manchester el musical Wonderland, que ha compuesto basándose en Alicia en el país de las maravillas. También puede ser, por fin, que su concierto excesivo sea un signo de los tiempos, una forma de protesta contra la tiranía de los festivales de verano, con sus carteles cargados de nombres y sus horarios tan marcados. No quieres caldo, dos tazas.

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