Dos miradas

¡Boicot!

Antes de señalar al fascista ajeno, algunos deberían examinar al represor totalitario que anida en su supuesta pureza ideológica

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Emma Riverola

Emma Riverola

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Por catalán, por independentista, por atender en castellano, por belga… se nos está llenando el twitter Unos lo invocan por España. Otros, por Catalunya. Y, todos, por estulticia. La mayoría son consumidores con una bandera pegada al cerebro, pero, demasiadas veces, son alentados o provocados por políticos o periodistas transformados en hooligans irresponsables. La necedad ha llegado al límite de boicotear la camiseta de la selección por utilizar los tonos de la bandera republicana o denunciar a empresas por emplear a personas comprometidas con el independentismo. Sin olvidar, por supuesto, los boicots a diarios que no cumplen las expectativas unidireccionales de ciertos especímenes. Ilustres nombres del barro patriotero como el periodista Alfonso Rojo o las políticas Núria de Gispert y María Antonia Trujillo se han animado a arrojar empresas a los leones.  

Es terrible constatar que en un país donde las cifras del paro ponen los pelos de punta, donde todos sufrimos más o menos de cerca la injusticia de los trabajos precarios, donde tantas empresas se tambalean y, con ellas, el futuro de muchos, la bajeza humana es capaz de llamar al boicot de una empresa. ¿Acaso no entienden que tras una marca hay empleados y, por tanto, unas vidas que pueden verse gravemente afectadas? Antes de señalar al fascista ajeno, algunos deberían examinar al represor totalitario que anida en su supuesta pureza ideológica.