El desafío independentista

Batalla por la delicadeza

Los dos bloques enfrentados se afanan tanto en proclamar la finura de sus actuaciones como en descalificar al oponente

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se saludan antes de su reunión en la Moncloa.

Mariano Rajoy y Carles Puigdemont se saludan antes de su reunión en la Moncloa. / periodico

XAVIER BRU DE SALA

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No contentos con el incremento de la tensión por el referéndum, los dos bandos pretenden revestirse de la dignidad y la pulcritud, de la más escrupulosa delicadeza posible, consideradas, claro está, las excepcionales circunstancias. Mejor dicho, aunque las circunstancias sea excepcionales y el choque de trenes parezca inevitable, los dos bloques enfrentados se afanan tanto en proclamar la finura de sus actuaciones como en descalificar al oponente. En versión de esta misma semana, si unos son acusados de usar las cloacas del Estado de forma vergonzante, los otros interpretan los cambios en el Govern como deserciones y purgas que dejan al descubierto las aviesas intenciones y la soledad del independentismo. Por otra parte, a medida que se acerca el final de esta partida las críticas internas disminuyen mientras aumentan las descalificaciones externas. De manual.

Mientras tanto, Rajoy se exhibe como campeón de la legalidad y la proporcionalidad: vamos a impedirlo sin romper un plato. Puigdemont acentúa su determinación mientras no deja de proclamar que tan solo pretende algo tan inocente y democrático como poner unas urnas, aunque ello comporte más riesgos de los que muchos compañeros de viaje están dispuestos a asumir. También Francisco I, el rey francés que desafió el emperador en una elegante letra de batalla, se adornaba con más puntas y encajes de los que es posible soportar. Basta con fijarse, asimismo, en los finísimos trabajos de orfebrería de las corazas de Carlos V. Todo ello sin olvidar que los dos se dedicaban con fervor al ejercicio personal de las armas.

La batalla por la delicadeza siempre honora a los adversarios. Tiene razón el cardenal Omella cuando afirma que la tensión política se diluye en la sociedad. Contención entre los convencidos. Distensión y discreción en la calle. Recta final hacia un desenlace en el que ninguno de los dos presidentes dispone de margen para echarse atrás. Ni, atención entomólogos, margen para abandonar las respectivas, autoproclamadas, delicadísimas maneras de actuar.