Al contrataque

Autonomismo 100%

ERNEST FOLCH

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Como era de temer, el proceso ha entrado en una nueva fase, que de hecho es muy vieja: bienvenidos otra vez al autonomismo. Justo cuando ya parecía que la íbamos a pillar, ¡zas!, la zanahoria del momento de la verdad se alejó otros ochos meses, como si estuviéramos siempre en el bucle de cuánto más cerca, más lejos. Así es la regla sagrada del autonomismo: jugar con los tiempos, dilatar, marear. Ya se sabe que en el mundo feliz de las autonomías, lo mejor es lo que ha de venir. Lo sorprendente es que es Esquerra quien esta vez se apunta al autonomismo de alargar ocho meses aquella prisa que parecía irrefrenable y que aún nadie nos ha explicado por qué ha dejado de serlo.

Autonomismo es aprobar los presupuestos miserablemente autonómicos que hasta ayer se nos aseguraba que eran «las cuentas de la miseria», pero que hoy se redescubren milagrosamente como una palanca para realizar aquello que se nos juraba que era irrealizable. Autonomismo es que la ANC dijera hasta hace pocos días que las elecciones eran «inaplazables» y se haya tragado de repente el triste sapo de seguir a los partidos en lugar de ser fiel a su única misión: marcarlos, presionarlos, y si hace falta desmentirlos. Autonomismo es vender como una noticia la creación de una partida de 100 millones para fines sociales sin explicar que en realidad esta cantidad es un ridículo 0,44% del presupuesto. Autonomismo es hacer ver que se tienen herramientas de gobierno en rueda de prensa y admitir puertas adentro la realidad de que el Govern está en realidad ahogado y sin capacidad de gestión. Autonomismo es esconder que en la foto ya solo están dos partidos, y se confunda unidad con un pacto a dos.

Oxímoron imposible

Autonomismo es diluir el éxito indudable del 9-N en una estrategia sin más horizonte que la del propio partido. Autonomismo es que Unió diga ahora que las elecciones en realidad no son plebiscitarias y que el Govern amenace a ERC de no celebrar las elecciones. Autonomismo es esta ambigüedad calculada que permite a gobierno y oposición mercadear miserablemente con el proceso, es decir, con la ilusión de la gente. Autonomismo es no convocar hasta otoño con la excusa de las malas relaciones sabiendo que el tiempo solo las puede empeorar.

Autonomismo es el oxímoron inviable de querer una revolución legal: desobedecer, sí, pero sin ruptura. Autonomismo es esta pretendida alegría autoimpuesta que preside cierto periodismo desde hace días pero que por supuesto nadie se cree, y que prioriza la animación desde las gradas a contar la verdad de lo que pasa. Autonomismo siniestro es que el poder que se había ganado la gente se apague otra vez en los despachos. Todo es autonomismo legítimo y democrático, sí. Pero, al fin y al cabo, un caduco autonomismo 100%.