Al contrataque
Aspavientos gremialistas
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Se abre el telón: descubrimos que la adorada Gowex no era ninguna empresa sino una burda estafa, escasos días después de que nos la presentaran como ejemplo de la marca España. Se irán a al calle más de 200 empleados y otros tantos accionistas han perdido su dinero para siempre. Se cierra el telón.
Se abre el telón de nuevo y se falla la sentencia que absuelve a los acusados del sitio al Parlament. La mayoría de la clase política catalana reacciona indignada y el Parlament anuncia un recurso exprés al Constitucional. Se cierra el telón.
Parece que estas dos noticias, teatralizadas el mismo día, no tienen relación alguna y sin embargo la tienen. Si volvemos la vista atrás, vemos que los manifestantes que bloquearon el hemiciclo catalán aquel junio del 2011 eran en realidad una prolongación del 15-M, una reacción a aquel robo que describimos con el eufemismo de crisis. Fue entonces, quizá para apaciguar los ánimos, que se nos juró que nunca más habría otra burbuja y que se regularían los mercados que habían provocado el colapso. Pero el fiasco de Gowex es el enésimo desmentido de esta promesa, la prueba de que el partido entre el dinero y la política siempre lo gana el primero: lo corroboran este gobernador del Banco de España que dice que ni conocía la empresa y el ministro que afirma que estas cosas son normales. Y el día que cae Gowex, en Catalunya muchos se echan las manos a la cabeza por una sentencia que pone unas protestas en el contexto de una crisis salvaje. Sí, algunos manifestantes se excedieron y hubo pintadas y empujones recriminables. Pero la reacción sobreactuada ante la sentencia, que pretende mostrar a los manifestantes como asaltantes del Estado de derecho, ignora deliberadamente cuál fue la génesis de la protesta.
Reacción exagerada
Hay demasiado corporativismo en esta reacción exagerada y es sospechoso que otra vez se relacione con el procés: al Govern que tanto se escandaliza con la sentencia alguien debería recordarle que fue él, por cierto con el poco edificante Manos Limpias, quien decidió llevar el caso a la Audiencia Nacional. ¿A qué viene entonces tanto victimismo forzado? Tres años después de aquella manifestación, descubrimos que Gowex pudo pasarse meses falseando sus cuentas, sin que ningún organismo se enterara de nada. Es decir, que mientras tanto la política poco hizo y casi nada dijo. De repente la gran barbaridad es una sentencia que, es cierto, da prioridad al derecho de manifestación ante el símbolo de la representación. ¿O es que queremos protestas inocuas, incoloras e inodoras? Quizá harían falta menos aspavientos gremialistas con el fallo del Parlament y más indignación con el colapso de Gowex. Tenemos demasiados problemas reales como para inventar otros nuevos.
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