EL RADAR

Ay, Europa

El ideal europeísta, entre la troika y los refugiados, ha caído en desgracia entre la ciudadanía

JOAN CAÑETE

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'Oh! Europa' se llamaba la serie de Dagoll Dagom emitida por TV-3 en la que un grupo de turistas 'nostrats' viajaba por la entonces Europa de los 12 (estamos hablando de 1994). "Me la imaginava més gran" fue una frase que hizo fortuna como coletilla popular en aquellos tiempos de pocos canales y tan solo una pantalla. Cada vez que veía un famoso monumento, un personaje soltaba esa frase, que venía a resumir el sentimiento con el que desde aquí se veía Europa: algo grande, imponente, importante, donde a veces se tenía la impresión de que estábamos de tapadillo, que éramos más pequeños y menos imponentes e importantes que esos monumentos europeos.

Eran tiempos de hechizo con Europa que, en el caso español, duró hasta lo más crudo de esta crisis y aportó episodios como la acrítica aprobación de un proyecto de Constitución europea que ya ponía los cimientos ideológicos de lo que después fueron los señores de negro. Pero el hechizo, ay, se ha roto, entre la troika, los tecnócratas impuestos a dedo, el drama de Grecia y la tragedia de los refugiados, y hoy en la conversación pública Europa ya no es grande, imponente e importante, sino cruel, ciega, sorda, antidemocrática e ineficaz. Hemos pasado del 'Oh! Europa' al 'Ay! Europa'. Algunos ejemplos:

"Vivo en Europa, ese continente del que nos sentíamos orgullosos por respetar unos valores comunes y fundamentales como los derechos humanos, la libertad y la igualdad. Ese continente al que tantos pueblos sometidos o subyugados por dictadores, guerras, hambre y pobreza idolatran y ansían llegar al precio que sea. Ese continente, Aylan, que os rechaza, al que no le importa lo que considera que no es su problema" (Marta Fernández, Barcelona); "Preservar un libre mercado bajo una moneda única no cumple con los requisitos del sueño europeo; para decenas de millones de ciudadanos, es insuficiente y casi una pesadilla" (Mario Martín, Salardú); "En la democrática y unida Europa, parece ser que no se recuerdan los años en que sus habitantes tuvieron que exiliarse de la barbarie nazi, fascista y, por proximidad, de la franquista. Los gobiernos europeos, y sobre todo el nuestro, deberían acoger y proteger a esas familias que huyen del terror" (Ramón Hernández, Cornellà).

Cuando éramos ingenuos, a Europa nos la imaginábamos más grande, democrática, humana y bondadosa de lo que en realidad es. Hoy hemos dado un bandazo, y la vemos como una vieja dama encerrada tras su fortaleza de murosalambradas concertinas. Ser europeísta es naíf, tararear el himno de la alegría y hablar de los Estados Unidos de Europa ya no se lleva; hoy lo que está en el orden del día es denunciar cómo el sueño europeo se ha trocado en pesadilla. Se denuncia, además, como se hacen hoy estas cosas, con el discurso del ellos (los políticos, los malos) y nosotros (los ciudadanos, los buenos), como, si por decir algo, la loable e imprescindible solidaridad ciudadana con los refugiados sirios también hubiese existido con los emigrantes subsaharianos.

Mala cosa, la caída en desgracia de la idea de Europa, porque en el mundo globalizado en el que la innovación y la producción industrial, por citar dos sectores, parecen haber huído del viejo continente con visos de no regresar jamás, el mejor activo de exportación que tenía Europa era una idea: la del Estado del bienestar y los derechos humanos, la del colectivo que aprendió de sus errores (muchos y trágicos, desde la colonización y el imperialismo al racismo, el fascismo y el nazismo, concretados en las dos grandes guerras del siglo XX) y se unió, aunque fuera de forma imperfecta, para no repetirlo. Lástima, pues, de fosa común en el Mediterráneo o de los muros en Hungría y en Melilla. Sin esta idea de solidaridad y derechos, ¿qué queda hoy de Europa? Un club. Ay, Europa, te imaginábamos más grande.