GEOMETRÍA VARIABLE

Catalunya ante el reto de la CUP

Un grupo de protesta debe ser escuchado, pero no confundido con un partido de gobierno

Antidisturbios de los Mossos, frente al local del 'banco expropiado' de Gràcia, este domingo.

Antidisturbios de los Mossos, frente al local del 'banco expropiado' de Gràcia, este domingo. / periodico

JOAN TAPIA

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No me parece extraño ni negativo que el pasado 27 de setiembre 337.000 catalanes, el 8,2% de los que participaron, votaran a la CUP que sacó 10 diputados. La peor crisis económica desde 1929, la fuerte pérdida de confianza en la política y la corrupción –el 'caso Pujol' el primero- lo explican sobradamente. Es la protesta destemplada de una parte de la sociedad y de muchos jóvenes con horizontes cerrados. Hay que tenerla muy en cuenta.

Pero la CUP es un partido de protesta. Y a lo quizá adecuado para protestar es absurdo exigirle comportarse como un partido de Gobierno. A los grupos antisistema hay que escucharles, tomar nota de sus reivindicaciones y corregir las cosas en las que puedan tener razón, pero sabiendo que no han nacido para gobernar. Olvidarlo sería como esperar que un limonero diera coliflores. Y su protesta debe ser asumida como cualquier queja en una sociedad libre. Tienen todo el derecho a manifestarse pero no a atentar contra la ley o la libertad de otros ciudadanos. En ese caso el Estado de Derecho debe intervenir y restaurar el orden. Y tampoco es muy  racional exigir a los cuerpos de seguridad –en circunstancias de alteración grave del orden público- que actúen con exquisitez y elegancia académica. Los Mossos no son catedráticos de Derecho Penal: ni han superado las mismas oposiciones, ni cobran emolumentos similares.

Por todo ello, pretender que un grupo antisistema actúe como bisagra de un sólido pacto de gobierno es bastante descabellado. Un pacto para gobernar no puede cimentarse en un grupo asambleario que se declara –con todo el derecho- enemigo de la gobernabilidad. Pactar con ellos es posible para un asunto puntual, para protestar…o incluso para –si se quiere- vestirse de revolucionario pero no para administrar de forma responsable una corporación pública relevante. 

Así pues, un pacto de gobierno –para ir tirando- con la CUP es ya un absurdo y un sinsentido. No puede haber un gobierno normal sustentado en el apoyo de un grupo contrario a la gobernabilidad y que someta absolutamente todo al régimen asambleario. La doctrina libertaria puede ser sugerente y estimulante pero no es la guía conveniente para tomar decisiones complejas y difíciles. Pretender, pues, no sólo gobernar con un pacto estable con la CUP sino además romper un Estado y construir otro nuevo y mejor puede ser el sueño de las juventudes radicalizadas de algún partido, pero es inapropiado para edificar un nuevo Estado transitando –Puigdemont 'dixit'- de la ley a la ley, de la misma forma que se liquidó el franquismo.

Por eso carece de lógica que Artur Mas declare que “si la CUP veta el presupuesto, el 'proces' queda muy tocado”. Cualquier pacto de gobierno con un partido antisistema está tocado de origen. La CUP no ha nacido para respaldar presupuestos, otra cosa es que puntualmente (si se les antoja) lo hagan. Y ni Ada Colau ha pretendido (que yo sepa) incorporarlos a un pacto de gobierno municipal, aunque en el ayuntamiento tienen sólo un concejal menos que el PSC.

El dramatismo de Artur Mas no se entiende. No debía dejar el Gobierno de Catalunya en manos de Anna Gabriel y compañía sino buscar otras opciones, aunque eso implicara enterrar un sobrevenido dogmatismo independentista. Otra cosa es que, habiendo ya pactado con la CUP, haya políticos de Junts pel Si que crean que lo más conveniente y lo menos malo es seguir el juego e intentar aguantar. Es comprensible pero así no lograrán ni gobernar bien ni –menos todavía- hacer la Holanda del sur o la Austria mediterránea. Quizás si consigan surfear la ola para acabar luego mas mal que bien.