La rueda

Archipiélago de buenas ideas

Barcelona está llamada a ser capital del incipiente movimiento de diseño social

JULI CAPELLA

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Imagínate que cada iniciativa para un mundo mejor es como un diminuto islote en medio del gran océano insostenible del sistema. Apenas nada. Pero poco a poco van asomando más islas, hasta ir formando un archipiélago. Están interconectadas desde abajo y finalmente emergen como un nuevo continente. Una civilización mejor en tierra firme.

Es la metáfora que propone el gurú del ecodiseño Ezio Manzini en su libro Cuando todos diseñan (Experimenta Editorial). En la vida todos somos de todo: cuando cocinamos somos chefs; cuando tocamos la guitarra, músicos; cuando hacemos cuentas para llegar a fin de mes, economistas, y cuando escribimos a la novia, poetas. Y también somos todos diseñadores. Esto es, analizamos situaciones, proyectamos soluciones y luego las materializamos. Mejor o peor. Puede ser una silla, crear un banco del tiempo o un huerto urbano. El nuevo estadio del diseño, tras su estela ególatra y espectacular, se abre hacia la innovación social. Manzini propone una alianza entre la sociedad y los creadores profesionales, es decir, entre el diseño común difuso y el diseño experto. Donde la autoría quede relegada tras una interacción colaborativa; el diseñador hace simplemente de comadrona. Donde todos pasamos de ser personas con necesidades a personas con capacidades. Es decir, de meros consumidores a usuarios. En realidad somos coproductores de todo cuanto nos rodea. Así lo vio el fundador del movimiento Slow Food, Carlo Petrini: la elección consciente de nuestra alimentación podía modificar el mercado radicalmente. Tu compra manda.

Barcelona está destinada a ser capital de este incipiente diseño social. Tenemos experiencias felices, por ejemplo la complicidad del proyectista Curro Claret y las empresas Camper y Metalarte con la Fundació Arrels. Pero aún seguimos con 3.000 personas sin hogar. Faltan más islas, ¡venga!