Ideas

Aparatos que controlan el ambiente

JUAN VILLORO

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Llega el verano y en las noches de la ciudad se oye el intenso ronroneo del aire acondicionado. Las habitaciones se enfrían y las calles se calientan. En otra época, se escapaba del estío hacia la playa o la montaña; hoy enfriamos la casa y viajamos en la pantalla del ordenador.

Hace unas décadas Henry Miller era un autor de escandaloso prestigio erótico que entendía la vida como una arriesgada obra de arte y despreciaba los falsos beneficios del consumo. Su libro Pesadilla con aire acondicionado describe el ventilado infierno de la sociedad norteamericana.

Hasta donde sabemos, en el Jardín del Edén no había cambios de clima. La primavera se alargaba sin llegar a las lluvias. Desde la expulsión del paraíso, la especie altera la temperatura. Sin embargo, como advirtió Miller, inventar aparatos que soplan no mitiga el bochorno moral.

El tema ha alcanzado consecuencias impredecibles, según muestra el arquitecto Rem Koolhaas en su estimulante diatriba Espacio basura. En el siglo XX, la edificación de fealdad superó en monto a los adefesios de todas las eras precedentes. Los materiales prefabricados permiten ensamblar catástrofes que nunca se convertirán en ruinas de interés. Gran parte de la culpa la tienen los aparatos que controlan el ambiente: «El aire acondicionado -un medio invisible y que, por tanto, pasa inadvertido- ha revolucionado realmente la arquitectura. El aire acondicionado ha lanzado el edificio sin fin. Si la arquitectura separa los edificios, el aire acondicionado los une […] Ha impuesto regímenes mutantes de organización y coexistencia que la arquitectura ya no puede seguir». Las ciudades se organizan en torno a centro comerciales y de convenciones progresivamente extensos: «El espacio acondicionado se convierte inevitablemente en espacio condicional; antes o después, todo espacio condicional se convierte en espacio basura».

La ciudad ha dejado de estructurase a partir de edificios separados por plazas y calles. Las avenidas pueden estar en el interior de una edificación con clima regulado.

En ese edén de plástico, el aire es como el de los aviones: no respiras el cielo, sino el aliento, usado, de la especie que no pudo volver al paraíso.