La clave

Amordazar a la prensa

ENRIC HERNÀNDEZ

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Quien ostenta cualquier tipo de poder -civil, militar, religioso, económico, empresarial...- siempre tiene la tentación de silenciar cualquier asomo de disidencia. Cuando el discrepante es un subordinado hay mil maneras de acallarlo: la remoción del cargo público, la exclusión de las listas electorales, el nombramiento para un destino diplomático lejano o a una diócesis remota, la compra de su silencio mediante un despido generosamente indemnizado... En los ejércitos no democráticos los medios, aunque igualmente efectivos, son bastante menos elegantes.

Pero, ¿qué hace el poder cuando la voz que le incordia es la de la prensa, que ejerce su función fiscalizadora? En el mundo civilizado se intenta influir, por una u otra vía, en el periodista que investiga lo que no debe, y también en el medio que presta apoyo y difusión a sus pesquisas. El ejercicio de la libertad de prensa transita siempre por ese agudo filo de la navaja, en la pugna entre las presiones externas y la pulsión periodística por explicar la verdad.  Pero en los escenarios de conflicto armado las fórmulas empleadas para amordazar a la prensa no son tan sutiles; cuando los contendientes no quieren testigos de sus atrocidades, o acaban con la vida de los reporteros, o los privan de la libertad.

Tal es el caso de los más de 30 periodistas que, según recuentos oficiosos, siguen hoy secuestrados en Siria. Entre ellos, el enviado especial de EL PERIÓDICO Marc Marginedas (114 días de cautiverio ya), el compañero de El Mundo Javier Espinosa y el fotógrafo freelance Ricardo García Vilanova (102 días). Hoy nuestro Tema del Día, con la crónica de Ramón Lobo y el análisis de la jefa de internacional, Marta López, trata de rendir tributo a todos ellos.

Un mundo mucho peor

La guerra que nadie cuenta es como si no existiese. Cuando no haya periodistas prestos a jugarse el tipo en el campo de batalla, ni medios de comunicación que sufraguen sus viajes, los genocidas podrán masacrar a placer a la población civil sin que la comunidad internacional se sienta impelida a intervenir. Y el mundo será aún peor, muchísimo peor. Por eso, Marc, Javier y Ricardo, os queremos de vuelta.