DOS MIRADAS

Al fin, de vuelta

EMMA RIVEROLA

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Camina con el paso ligero y siente una punzada de remordimiento. No puede remediarlo. Está contento, feliz. Ansiaba volver al trabajo. Necesitaba escapar de unas vacaciones que se habían convertido en una rutina insoportable. Sabe que su situación es difícil de verbalizar.  O le tachan de adicto al trabajo o le acusan de no querer lo suficiente a los suyos. Pero nada de eso es cierto. Desea tanto el primer día de vacaciones como agradece la fecha que anuncia su final. De nuevo volver a ser, durante unas horas cada día, un individuo y no una familia. Tomar sus propias decisiones en cada momento. Desde las relativas al trabajo hasta el filete con doble ración de patatas que comerá este mediodía. Por supuesto que nada es idílico. En cuestión de horas saltarán las chispas en la primera discusión con el financiero. En una semana volverá a sentirse cansado, a odiar la alarma que arruina los sueños, a llegar a casa y derrumbarse en el sofá. Sabe que no tardará más de un mes en lucir ojeras y sabe, por encima de todo, que muy pronto volverá a anhelar las vacaciones.

En invierno su paso se tornará más pesado. Deseará pasar más tiempo con los críos, conversar con su pareja por las noches sin caerse de sueño, hacer una siesta sin prisa y abandonar los zapatos en el armario. Entonces volverá a hacer planes para el verano. Soñará con el próximo mes de agosto y, quizá, con ese día del final del verano en el que deseará volver.