Opinión | EDITORIAL

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Políticos, cáncer y tabús sociales

 La opinión del diario se expresa solo en los editoriales. Los artículos exponen posturas personales.

El anuncio por parte de Esperanza Aguirre de que padece un cáncer de mama que la apartará durante unas semanas de sus responsabilidades al frente de la Comunidad de Madrid incluye a la dirigente del PP en el cerca del 12% de mujeres españolas que han padecido o padecerán esta enfermedad, el tumor más frecuente en la población femenina. Estadísticamente, pues, no es un hecho relevante, pero sí lo es la celeridad con que Aguirre ha dado a conocer su dolencia y, sobre todo, la normalidad con que lo ha hecho, porque no siempre la transparencia ha sido la actitud de los gobernantes con problemas de salud importantes.

Históricamente, el poder ha estimado que admitir una dolencia física grave le debilitaba ante los administrados. Y si bien esta lógica podía tener sentido en sociedades cerradas y autoritarias, no es así en países modernos y democráticos como la España de hoy, donde nadie puede ni debe considerarse imprescindible y donde la gobernación sigue su curso aunque un dirigente deba interrumpir su actividad por un problema de salud.

Lo que, en todo caso, es exigible a los políticos en esta circunstancia es responsabilidad y honradez para no tomar iniciativas -por ejemplo, concurrir a unas elecciones- sin las mínimas garantías de que los problemas de salud no les impedirán cumplir correctamente sus funciones. No parece ser el caso de Aguirre, que mantiene su candidatura a revalidar el cargo el 22 de mayo. Queda en manos de cada cual revelar o no una dolencia que no afecta al correcto desempeño del cargo, pues en este caso el derecho a la intimidad pesa tanto o más que la información de la ciudadanía. Pero siempre parece mejor la claridad, aunque sea para atajar especulaciones: fue lo que hizo Josep Antoni Duran Lleida en el 2008 al revelar que tenía un tumor pulmonar.

Por lo demás, actitudes como las citadas o la de Pasqual Maragall

con el alzhéimer contribuyen a que los ciudadanos de a pie rompan tabús al afrontar una enfermedad grave y acepten llamar a las cosas por su nombre. Un cáncer no será menos grave por el hecho de no denominarlo así. Más bien al contrario: médicos y psicólogos recomiendan no usar subterfugios. Encarar la realidad es un síntoma de buena salud colectiva.