Cuidado: ir a misa puede matar

En un escenario barcelonés unos jóvenes actores se fuman unos porritos porque el guión deHairasí lo exige. Denunciado el delito y analizada la droga, resulta ser un inocente compuesto de hierbas medicinales, pero los adalides de la cruzada antihumo no dan su brazo a torcer y argumentan que cualquier materia orgánica en combustión produce monóxido de carbono, altamente perjudicial para nuestras vías respiratorias. Quizá han llegado al teatro en coche diésel, castigando aún más el enfermo aire de una ciudad azotada por un pertinaz anticiclón, pero eso poco importa porque aún ninguna ministra ha incitado a la delación atmosférica y, además, no existen aún ventanillas donde interponer querellas contra el cielo.

Ya que el debate se establece en términos manicomiales, también yo rizo el rizo y me pongo a pensar en recintos públicos y cerrados donde se quemen cosas: las románticas velas de las cenas íntimas, las pantagruélicas parrilladas de animales muertos, la leña ardiendo en el hogar de los hotelitos de alta montaña (especialmente si la chimenea no acaba de tirar) y... los humos de las iglesias. Difícilmente, por más que busquemos, encontraremos un teatro -y la misa lo es; hay actores y público- más insalubre que una iglesia: un espacio mal ventilado donde no paran de arder inútilmente candelas, cirios e incienso, resina vegetal olorosa muy apreciada por loshippiesdeHair.

Pues bien: parece ser que un reciente estudio realizado en los templos budistas de Taiwán ha evidenciado que los fieles expuestos al humo del incienso son mucho más propensos al mortal carcinoma de células escamosas que sus colegas ateos debido a los elevados niveles de benzopireno (hidrocarburo policíclico) que contiene. En consecuencia: si aplicamos la ley a rajatabla podríamos quedarnos sin catolicismo, botafumeiro ni Año Santo Compostelano. Y sería una lástima. ¿Para cuándo un Ministerio del Sentido Común?