Gente corriente

Andrew Gifford: «Tengo el título de reverendo, pero llámeme Andrew»

Misionero del siglo XXI. Es pastor anglicano y dejó Australia para instalarse con su familia en el Poblenou.

«Tengo el título de reverendo, pero llámeme Andrew»_MEDIA_1

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GEMMA TRAMULLAS

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Desconcierta ver a un clérigo cristiano acunar a su cuarto hijo y consultar con la mirada a su mujer, Dominique, antes de cada respuesta. Campechano y de risa fácil, Andrew no precisa sotana para su misión.

-¿Cómo debo llamarle? ¿Reverendo? ¿Ministro? ¿Señor? ¿Andrew?

-Tengo el título de reverendo, pero es algo formal. Llámeme Andrew, lo prefiero. Nuestra iglesia forma parte de la Iglesia Española Reformada Episcopal, que es miembro de la comunión anglicana, y yo soy presbítero. Celebramos el culto en la iglesia católica de Abraham, en el Poblenou.

-¿Culto anglicano en una iglesia católica con un australiano? ¡Qué lío!

-Sí, sí. La economía de Jesús es diferente de la del mundo. No tenemos iglesia propia y desde hace 16 años ni siquiera había reverendo en Barcelona. ¡Y ahora hay un australiano!

-Para un anglicano, venir aquí es como ir a predicar al desierto.

-La vida de Jesús es una aventura, vivencias, cambios. Yo no quería morirme en un suburbio de Australia.

-Si es por la aventura, podría haber muerto en la selva de Tasmania.

-Pero no quería perder la oportunidad de dar una presencia de Jesús en Barcelona. Cuando aceptamos la invitación no conocíamos la ciudad, ni el castellano ni el catalán.

-¿No sabía quién era Pep Guardiola, ni Ferran Adrià?

-¿Quién? No, no. Había oído hablar de Gaudí y de los Juegos Olímpicos del 92, de los toros y del flamenco.

-¿Es un misionero del siglo XXI?

-Algo así. Queremos vivir entre los ciudadanos de Barcelona y tener una presencia de luz y sal, como pidió Jesús a sus seguidores.

-¿Cómo se nota que es misionero?

-En nuestras acciones y en nuestras palabras llenas de gracia. En Navidad hemos hecho regalos a los pobres que piden en nuestro súper...

-Perdone, pero para eso no hace falta ser creyente.

-... hay familias con problemas de relaciones y nosotros les damos una palabra de esperanza y escuchamos a la gente mayor que se siente sola.

-Aquí los ministros de la Iglesia no tienen hijos, ni mujer...

-Al menos públicamente.

-...Y usted tiene cuatro, cuatro hijos me refiero.

-Sí y el más pequeño ha nacido en Catalunya. Se llama Jordi.

-¿Y qué le dice la gente?

-Se sorprenden mucho. Nunca habían conocido a alguien como yo. Hemos encontrado una ciudad muy espiritual; la gente busca el propósito de su vida, más que lo material. Al menos esto es lo que he observado en mis conversaciones con la gente.

-¿De qué le hablan?

-De sus historias. A mí lo que más me gusta es conversar. ¿Cuál es nuestro destino? ¿Morimos y ya está? ¿O nuestra vida tiene un propósito? Nuestras acciones y nuestras palabras muestran lo que creemos que es nuestro propósito. ¿Una casa repleta de electrodomésticos? ¿Es eso mi futuro o hay algo más? ¿Para qué vivo? ¿Para qué trabajo? La respuesta está en una persona: Jesús.

-Bueno, esa es su respuesta.

-En mi modesta opinión, muchos opinan de Jesús sin haber leído su historia. Conocerle te obliga a elegir. Es como ser del Barça o el Espanyol.

-¿Cómo dice?

-¿Verdad que no puedes ser socio del Barça y del Espanyol al mismo tiempo? Pues con Jesús pasa lo mismo. No te puedes mantener indiferente:o decides que no es para ti o te quedas con él pase lo que pase.

-Usted tiene pinta de haber sido siempre un buen chico.

-Cuando era joven pensaba que era una buena persona, pero descubrí que eso era un problema.

-¿Por qué?

-Pensaba que ser bueno era lo mejor en la vida, que siendo bueno podría controlarlo todo, hasta que me di cuenta de que no podía ser lo suficientemente bueno para Jesús, que ser bueno no era la respuesta, porque Jesús me amaba de todas formas, incluso en mis peores momentos. Cuando me di cuenta de esto fue una liberación.

-No le entiendo.

-Descubrí que mi existencia espiritual y mi existencia física podían ir juntas y me sentí libre para ser la persona completa que estaba destinada a ser. Podía estar en este mundo vistiendo ropa normal, tomando decisiones sobre mi familia, y aun así mi vida podía tener un propósito y un significado eternos. ¡No necesito encerrarme en un monasterio!