Los días vencidos

Los tramposos

JOAN BARRIL

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Percibo a mi alrededor una legítima indignación. Lo de la sentencia del Tribunal Constitucional nos ha llevado a la tensión. Recuerdo que en tiempos dePasqual Maragall, el entonces presidente sugería que el preámbulo de la Constitución recogiera el derecho de los ciudadanos a la felicidad. La gente se reía de un concepto como el de la felicidad. Pero ahora aquel deseo ha cobrado importancia. Tal vez el Estatut no comportaba la felicidad, pero la sentencia nos la ha quitado. Y la autoestima nacional se ha convertido en una demostración colectiva de desagrado, de bronca y de injusticia. Si la política ya nos iba apartando de la comprensión mutua, la sentencia ha llevado a una parte del país a las simas de la sensación de injusticia. Y de ahí no se sale fácilmente.

Me sorprende sin embargo que la indignación, que yo también suscribo, se convierta tan a menudo en comprensión por casos igualmente indignantes. Me gustaría que mis conciudadanos no se manifestaran únicamente ante los sátrapas del Constitucional y los corifeos de la España anticatalana. Porque también en Catalunya hay motivos para manifestarse y sin embargo nadie mueve un dedo para la depuración de nuestros propios pecados. ¿Con qué autoridad moral ciudadana vamos a manifestarnos en contra de diez letrados iletrados cuando estamos tolerando y toreando el saqueo del Palau y las connivencias inmobiliarias que aquellla repartidora de dineros públicos implicaba? Hay una España intransigente y feroz. Pero también hay una Catalunya cómplice, pacata y acomodaticia ante la conducta irregular de sus representantes. Ellos no son los mejores. Pero los que se erigen en nuestros representantes, ¿acaso son óptimos? ¿Pretenden hacernos creer que la catalanidad es sinónimo de honestidad, de igualdad y de eficiencia?

El adversario

Me gustaría vivir en un país justamente indignable a cambio de que hiciera un esfuerzo para separar el grano de la paja, la virtud democrática del oportunismo político. A eso se le llama también experiencia. Y en estos días de calor parece que la experiencia solo la aplicamos a reforzar la resistencia ante el adversario madrileño. Siendo incapaces de acometer la autocrítica nacional para evitar fisuras en las filas resistentes, ¿cuántas injusticias hemos cometido los catalanes con nosotros mismos? ¿Cuántas veces antiguos franquistas catalanes --que los hubo y que se beneficiaron de ello-- han abjurado de su pasado? ¿Cuántos desfalcos espurios se han realizado en nombre de la causa? ¿Cuántos señores de Barcelona comoMilletestuvieron por encima de toda sospecha y --lo que es peor-- encima de todo control hasta que ya fue tarde?

No pretendo echar agua al vino de la legítima indignación contra el TC, pero me repugna formar en las mismas filas de esos poderosos que no han sido capaces de dar un paso adelante y decir ante la ciudadanía que fue en sus filas allí donde se incubó el huevo de la corrupción. Me escandaliza que se llame a la movilización de la gente común cargada de buena fe y de instintos patrióticos, mientras los supuestos padres de la patria escurren el bulto y todavía han de decir esta boca es mía. ¿O es que acaso me he perdido las declaraciones de banqueros, empresarios o príncipes del capital en contra de la sentencia? ¿Verán el día 10 a los patronos junto a los sindicatos, a los directivos de las cajas junto a las asociaciones de vecinos? Es evidente que la protesta es cosa de pobres.