La escalera de caracol

Responsabilidad

RAMON FOLCH

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Tiempo atrás, un gracioso entró en el terrario de los cocodrilos del Zoo de Barcelona. Perdió un pie. En lugar de sumar vergüenza a la desgracia, demandó al Zoo. No se le advirtió de que los cocodrilos eran carnívoros voraces. Y las vallas no eran lo bastante infranqueables, a prueba de irresponsables temerarios como él. Aquel desafortunado episodio no pasaría de anécdota lamentable de no haberse generalizado la actitud del demandante.

En el apeadero de Castelldefels ya solo queda dolor. Que se acentúa considerando lo fácil que hubiera sido evitar la tragedia. Bastaba ceñirse a lo que los mayores no cesaban de repetirnos cuando éramos chicos: no cruzar jamás la vía. La moda de hacerlo, instaurada por una generación de gente apresurada con escasa o nula tradición cultural ferroviaria, se revela nefasta. Como decía un maquinista, «el tren no se subió al andén».

A la reclamación declinatoria de responsabilidades personales básicas se ha apuntado hasta algún diplomático. El populismo sigue ganando terreno. Se trata de transferir a terceros, a poder ser políticos de partidos rivales, la responsabilidad de todo. Penoso. El buenismo, combinado con la exigencia de irresponsables malcriados, puede hundirnos en la peor de las miserias morales.

«No han avisado de que venía un tren», suelta uno. «En días así, los trenes deberían circular despacio», opina otro. En ningún cruce te avisan cuando llega un coche. La compleja programación ferroviaria no puede depender del santoral o del jolgorio juvenil. Es hablar por hablar. O no admitir la evidencia: las imprudencias acaban mal. No cabe culpar a terceros. Se ve que los valedores del modelo insostenible, habituados a externalizarlo todo, también postulan ahora la transferencia de las responsabilidades personales.

Ferrocarril

Dicho esto, admitamos que nuestra red ferroviaria está desbordada. Es del todo insuficiente y en buena medida obsoleta. En los últimos años se han hecho grandes esfuerzos de adecuación, pero no los suficientes. Y no siempre acertadamente. Invertir millonadas en AVE para ir de Madrid a Segovia o de Zaragoza a Huesca clama al cielo cuando la red se cae a pedazos según donde. Se ha conseguido simultanear los trenes de alta velocidad con muchos tramos sin ni siquiera electrificar.

Rodalies de Catalunya no están segregadas de la larga distancia. Es como si el talgo pasara por las vías del metro. La mayoría de los andenes son estrechos e incómodos. Hay más barreras arquitectónicas que ascensores. Muchos convoyes no superarían una ITV rigurosa. La información al pasajero suele ser confusa o inexistente. El calvario de las cercanías catalanas es célebre. La oferta apenas cubre la demanda real y en absoluto la potencial.

El ferrocarril es rígido y oneroso. Pero imbatible, si se trata de transportar mucho pasaje o mucha carga. Nada le supera en eficacia y eficiencia en grandes áreas metropolitanas. En Catalunya, la red no creció durante un siglo, a pesar de que la población se triplicó y la movilidad obligada se decuplicó, por lo menos. Es una gran asignatura medio pendiente. Y un reto ambiental mayor si se quieren contener las emisiones de gases de efecto invernadero. Precisamos más red y más calidad de servicio. Y más sentido de la responsabilidad en el usuario. Si no, habrá serios problemas. Más aún.