CINE

¡Caca, culo, pedo, pis!

La película 'Capitán Calzoncillos' combina chistes escatológicos y reflexiones sobre el valor de la risa

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NANDO SALVÀ

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Los protagonistas de 'Capitán Calzoncillos' son dos mocosos para quienes una orquesta que hace música con cojines de pedos, golpes de sobaco y vías gastrointestinales inferiores es el súmum del humor. Y viendo la película es difícil estar en desacuerdo. Pero la baza de esta adaptación de la saga literaria creada por Dav Pil-key no es solo su descaro al recordarnos qué saludable es para niños y adultos reírse con lo escatológico; también la sorprendente habilidad con la que captura el espíritu de los niños de 8 años: la anárquica alegría de vivir, el jovial gamberrismo, la inquebrantable vena insurgente.

Combinando las tramas de varios de los libros de Pilkey, la película se centra en Jorge y Berto, dos retacos hiperactivos que escriben y dibujan sus propios cómics. Un día, intentando evitar el castigo por una de sus trastadas, utilizan la hipnosis para hacer que el tiránico director del colegio asuma la identidad del Capitán Calzoncillos, protagonista de sus historietas. A partir de entonces, basta chasquear los dedos para que su víctima empiece a pasearse por la ciudad vestido solo con ropa interior y capa, y mostrando entusiasmo y confianza ilimitada en unos superpoderes de los que por completo carece.

Las cosas se complican con la llegada a la escuela de un nuevo profesor de ciencia, Pipicaca, que anuncia su malvado plan de eliminar la risa. Mientras acompaña al héroe del título y sus creadores en sus aventuras para detener al villano, la película mantiene el ritmo endiablado propio de un niño intoxicado de chucherías, al que contribuye el ingenio con el que el director David Soren incorpora filigranas narrativas como folioscopios y títeres de calcetín.

MENOS TELE Y MÁS DIBUJAR

En el proceso, entre eructos y retretes robotizados gigantes, 'Capitán Calzoncillos' se revela no solo como una penetrante sátira sobre los efectos perniciosos de una educación insuficientemente financiada y excesivamente restrictiva, y de escuelas en las que cualquier sentido de la diversión es tratado como una afrenta a la autoridad; también, sobre todo, funciona a modo de reflexión llena de humanidad sobre la importancia de estimular la imaginación infantil: menos engancharse a la tele y más tardes pasadas dibujando y escribiendo historias con los amigos al salir del colegio.

Sí, es cierto que el valor de la amistad es un mensaje que a estas alturas ya han predicado incontables películas infantiles, pero ninguna antes lo suministró tan cómodamente apoyado en el irrebatible potencial cómico de un buen pedo.

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