el último descubrimiento del centro del raval

La pintora olvidada

El Macba vindica la inclasificable Carol Rama, una artista fuera del canon

Uno de los apartados de la exposición dedicada a Carol Rama en el Macba.

Uno de los apartados de la exposición dedicada a Carol Rama en el Macba.

NATÀLIA FARRÉ / BARCELONA

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Las Guerrilla Girls, un colectivo de artistas feministas de los años 80, afirmaban que las ventajas de ser una mujer artista se resumen en saber que tu carrera puede despuntar cuando tengas 80 años; en estar segura de que cualquier tipo de arte que hagas será clasificado de femenino, y en aparecer en las ediciones revisadas de las historias del arte. Máximas todas que se han cumplido en el caso de Carol Rama (Turín, 1918). Una artista ignorada por la historiografía del arte del siglo XX, y que no fue reconocida hasta el 2003, cuando recibió, con 85 años, el León de Oro de la Bienal de Venecia. Una artista cuyo primer intento de recuperación fue en una muestra donde solo había mujeres: L'altra metà dell'avanguardia 1910-1940, exposición celebrada en 1980 de la mano de la crítica de arte Lea Vergine. Y una artista que ahora, por primera vez, reivindica una institución museística, el Museu d'Art Contemporani de Barcelona (Macba), y que lo hace para recuperar una creadora que proporciona una narración alternativa del arte del siglo XX. Tres máximas que se cumplen y tres máximas que evidencia La pasión según Carol Rama,La pasión según Carol Rama la muestra, la mayor exposición a ella dedicada, que el centro del Raval abre el viernes (hasta el 22 de febrero) y que «pone en cuestión los parámetros con los que se han leído hasta ahora la historia del arte», afirma Beatriz Preciado, comisaria, junto a Teresa Grandas, de la retrospectiva.

Para entender el abandono de Rama es imprescindible conocer su vida «convulsa y difícil», afirma Grandas; y repasar su producción artística «siempre tildada de demasiado pornográfica o grotesca», e imposible de clasificar dentro de los movimientos artísticos del siglo pasado por «incomoda e inconformista», explica Preciado. Así, mientras la Italia posfascista aún ensalzaba los cuerpos viriles y atléticos, Carol Rama llenaba sus acuarelas de cuerpos enfermos, mutilados y amputados, de cuerpos que defecaban, se masturbaban y fornicaban. Cuando el informalismo apostó por llenar las telas de materia pictórica, Rama optó por colmarlas de materiales orgánicos: uñas, pelos, dientes, piel... Y cuando llegó el turno al arte povera, Rama quedo excluida de la escena artística por incluir, además de objetos inorgánicos -como las recurrentes, en sus piezas, gomas de bicicletas-, el propio cuerpo y sus fluidos: sangre, semen, leche... Algo que no se entendió en los 70: «Aquello fue considerado más visceral y más sucio que pobre», apunta Preciado.

La exposición resalta dichos periodos a partir de 200 obras que recorren ocho décadas de trayectoria y explican al personaje, ya que el componente biográfico es fundamental para comprender su obra. Una vida que empieza en una familia de la burguesía de la industrial Turín pero que pronto se vio sacudida por la quiebra de la fábrica familiar, la enfermedad mental de su madre y el suicidio de su padre. Circunstancias todas que llevaron a Rama, sin formación artística, a coger el pincel como terapia: «Descubrí que pintar me liberaba de la angustia», afirma. Y una vida que transcurre, aún ahora, en un caserón pintado de colores oscuros y con tupidas cortinas negras que cubren todos los ventanales. Y en medio de todo ello, el olvido artístico que empezó con una exposición, en 1945, cerrada por la policía por obscena y que ha continuado con el desprecio del establishment. De manera que sus piezas se encuentran en manos privadas, en su mayoría de conocidos que las han aceptado como trueque, como su peluquero que tienen el salón lleno de obras de la artista obtenidas a cambio de peinados.

Dura y poética

Aunque no todo el mundo del arte ha resultado inmune a la creatividad de Rama. Algunos artistas contemporáneos, como Cindy Sherman y Kiki Smith, han bebido de su obra. Un reducido grupo de intelectuales -Edoardo Sanguineti, Luciano Berio y Carlo Mollino- siempre la han apoyado. Y artistas de renombre como Picasso, Man Ray y Warhol la frecuentaron. Aunque ella no reconoce ninguna influencia. «Mi único maestro es el pecado», afirma, y añade: «Pinto por instinto y pinto por pasión. Y por ira y por violencia y por tristeza. Y por cierto fetichismo. Y por alegría y melancolía juntas. Y por rabia especialmente».

El resultado es una obra dura que cuestiona al espectador pero que también es bella y llena de poesía.