Pietro Bartolo, el médico de Lampedusa, denuncia una indiferencia "peor que la del Holocausto"

El médico que atiende desde hace 26 a los refugiados que llegan a la isla italiana visita el CCCB y narra el horror en 'Lágrimas de sal'

El doctor de Lampedusa Pietro Bartolo.

El doctor de Lampedusa Pietro Bartolo. / periodico

ERNEST ALÓS / BARCELONA

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Muchos médicos dicen que es necesario plantar un cortafuegos emocional ante los dramas que se desarrollan entre sus manos. Este no es el caso de Pietro Bartolo, el único médico de plantilla de la pequeña isla italiana de Lampedusa, donde ha ofrecido las primeras atenciones médicas (o, en demasiados casos, un reconocimiento forense) a miles y miles de refugiados desde hace ya 26 años. Quizá, cuenta, 300.000, aunque prefiere "que se hable de personas que de números". Quienes lo escucharon ayer en el CCCB pudieron comprobar que le siguen indignando cada mujer con la piel en carne viva, cada saco verde con un ahogado en su interior, cada dedo que ha de cortar para guardarlo como muestra de ADN. Quizá porque, como hijo de pescador de la isla más meridional de Italia, sabe lo que es caer al mar y flotar, en medio de la noche, en espera de que alguien te rescate (algo que le sucedió a los 16 años).

Bartolo se ha convertido en la imagen de esta atención de urgencia que reciben los inmigrantes y refugiados que se lanzan al mar desde la relativamente cercana costa de Libia. Y ha narrado su experiencia en el filme 'Fuoccoammare', de Gianfranco Rosi (este 'hay fuego en el mar' es el grito de alerta que lanzan los lampedusianos ante cualquier desastre en el mar, sea naufragio o tempestad) y en el libro 'Lágrimas de sal' / 'Llàgrimes de sal' (Debate / Ara), escrito con la colaboración de la periodista de la RAI Lidia Tilotta. "Un libro político", apunta esta, que transmite "rabia y pena".

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HISTORIAS ATROCES

Ha dudado mucho Bartolo en explicar las historias personales que le confiaban sus pacientes ("historias atroces", "mucho peores de lo que pensamos", como la de ese chico nigeriano que huyó de su país después de que le amputasen el pene de cuajo por defender a su novia de una violación, las pocas mujeres que no llegan embarazadas tras ser forzadas... porque les inyectan hormonas que las esterilizan durante un año "porque embarazadas no valen nada para el mercado de la prostitución") y finalmente ha decidido hacerlo por "responsabilidad", relatando también su propia historia para ponerse a la par, en materia de exposición de la intimidad, con los verdaderos protagonistas del libro. "Yo le pedí que lo explicase todo con la fuerza que le da la primera persona", precisa Tilotta. "Para transmitir todo lo que veíamos y que noticias de TV de dos y tres minutos no pueden transmitir", añade Bartolo, porque, dice refiriéndose tanto a la película como al libro, "el arte es una arma potentísima que llega al corazón y a la mente".

A medida que habla, la voz de Bartolo se va elevando. En su opinión, la indiferencia con la que responden los ciudadanos y las instituciones europeas al drama de los europeos "es peor que la inacción ante ante el Holocausto, porque en este caso sí que no podemos decir que no sabemos nada, porque está sucediendo todo delante de nuestros ojos, lo sabemos todo y tenemos una responsabilidad enorme, que será una mancha en nuestra conciencia por toda la eternidad".

¿QUÉ HACER?

Bartolo es consciente de que su papel es el de primeros auxilios, curar, y aún antes que eso dar calor humano, "que vean que llegan a un país donde no les harán daño". Pero dice que por esto se ha de empezar, "por evitar que la gente muera". Pero no basta, sobre todo cuando, proclama, "somos nosotros quienes les hemos robado todo y hacemos que tengan que huir de sus países, no solo para buscar una vida mejor sino simplemente para sobrevivir", 

Lo siguiente es facilitar corredores humanitarios que facilitan el paso seguro del Mediterráneo (las misiones de salvamente hay provocado un efecto secundario; los traficantes fletan botes cada vez más precarios, descontando el rescate, por lo que el número de naufragios ha crecido "y las 20 millas náuticas de la costa de Libia se han convertido en un cementerio") y facilitar la integración en el continente, evitando concentraciones. "No somos buenistas", espeta Tilotta. "Los 180.000 llegados a Italia el año pasado son dos por cada municipio. No es una invasión. La llegada de personas jóvenes, con ganas de trabajar y progresar, no es un problema para una Europa envejecida, sino una oportunidad. Espero que Europa se comporte -remacha Bartolo- y dé un paso enfrente".