Otra ración de pinreles

RAMÓN DE ESPAÑA

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¡Dios, cómo me gustaría ser fan de Tolkien, sus princesas, sus guerreros y sus enanos de formidable peana! ¡Cómo anhelo poder sumarme al alborozo generalizado de la Comunidad de los Anillos que se apresta a disfrutar de la nueva película de Peter Jackson situada en el universo Tolkien! ¡Especialmente en estas fiestas tan entrañables en las que uno desea sentirse acompañado! Pero nada, tú, no hay manera: se estrena la esperadísima El hobbit Si es que cuando uno está negado para la magia, no hay nada que hacer.

De todos modos, quiero dejar constancia de que lo intenté, tragándome hace años la primera entrega de El señor de los anillos. Reconozco que andaba cerca de los Verdi cuando empezaron a caer chuzos de punta y que disponía de un carné para entrar gratis, pero lo importante es que me puse al alcance de la magia. No la pillé, evidentemente, pues me aburrí como una seta durante tres horas. Me temo que no son para mí esas fantasías ambientadas en lugares imaginarios y épocas imprecisas, en las que los personajes atienden por Gandulfo, Zenutria o Franciscardo y en las que, al cabo de diez minutos, me pierdo y me importa un rábano lo que pase. Para defenderme, he llegado a extremos tan patéticos como hacer correr la voz de que Tolkien era un pervertido obsesionado por los adolescentes bajitos de pies grandes, falacia que no se traga nadie y que me ha llevado a cosechar miradas perdonavidas de las que se reservan para los seres insensibles.

Como me ocurre lo mismo con La guerra de las galaxias, hace un año intenté engancharme a La guerra de las galaxiasJuego de tronos,Entonces descubrí que para ser uno mismo hay que pagar un precio que incluye una soledad angustiosa. Sobre todo, en Navidad.