CRÓNICA

Goerne sienta cátedra en Vilabertran

El genio del lied conmueve con un programa de Beethoven y otro dedicado a distintos compositores

Matthias Goerne, durante el recital del sábado en Vilabertran.

Matthias Goerne, durante el recital del sábado en Vilabertran. / periodico

CÉSAR LÓPEZ ROSELL / VILABERTRAN

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Matthias Goerne ganó por aclamación la carrera de obstáculos que representaba un programa tan denso y variado como el que ofreció la noche del sábado en Santa Maria de Vilabertran. Quería demostrarnos, y tal vez demostrarse, que para alguien como él no hay barreras que le impidan coronar con éxito cualquiera de los profundos viajes por los caminos del alma que se proponga. Era la primera de las dos esperadas actuaciones del genio en la Schubertíada, junto al imprescindible compañero de andadura, el pianista Alexander Schmalcz. El lunes completó su participación en el festival con un memorable recital dedicado exclusivamente a Beethoven.

En la primera de las citas, planteada en cinco bloques de compositores distintos, los dos intérpretes se enfrentaron sin espacio para la descomprensión a una transición por diferentes estilos compositivos. Pero eso ya lo sabían los fervorosos seguidores del sumo sacerdote del lied. Sabían que los resultados de la apuesta no podrían compararse con los de la interpretación de ciclos concebidos para ser ofrecidos sin otros aditivos. Dispuestos a dejarse sorprender, acabaron sumándose al reto que les proponía. Y Goerne no les defraudó. Con los ojos cerrados, para buscar el aislamiento a cualquier influencia externa, acometió los 'Vier lieder' de Alban Berg.

Había calentado la voz un poco antes del recital y se mostró en plenitud. Poderoso en la emisión, impecable en una dicción rica en matices, abrumador en la transmisión de emociones acompañándose del balanceo de su cuerpo, sobrecogió con el recorrido por el mundo del sueño y de los sueños, incluido el eterno, desplegado por el autor.

EXPLOSIÓN DE ROMANTICISMO

El enlace con el 'Dichterliebe' (Amor de poeta’) de Schumann, 16 piezas de un encendido lirismo, llegó con naturalidad. Fue el bloque más homogéneo y el mejor recreado. El público se sintió transportado a una explosión de romanticismo expuesta con una perturbadora sensibilidad. Más complejo fue el cambio a los 'Tres lieder de Miguel Ángel' de Hugo Wolf, relato del pasado y la gloria de artista, con una reflexión sobre la muerte y un melancólico canto al amor. La suite con poemas de Shostakovich dedicada también al escultor y pintor renacentista, cantada en ruso, no introdujo grandes cambios en lo temático, pero el idioma restó espontaneidad al impecable fraseo de Goerne.

Superada esta fase, el cantante encontró de nuevo en las 'Cuatro canciones serias' de Brahms la autopista para circular cómodamente, pero el desmayo de una espectadora alteró la interpretación. La reacción del propio artista acudiendo a auxiliar a la mujer, a la que incluso levantó los pies del suelo antes de que recuperara la conciencia, es tan digna de elogio como la facilidad con la que recuperó la concentración para abordar las tres piezas que restaban para completar el 'pack'. Un canto a la injusticia y al desanimo ante el último viaje condujeron, en el postrero lied, a un vibrante canto de esperanza. El conmovedor intérprete había vuelto a imponer su carisma, entre incesantes bravos, pero donde la explosión fue completa hasta llegar al delirio fue con los 'lieder' de Beethoven interpretados en un inusual pero homogéneo programa. Una vez más, el artista guio a sus fervorosos seguidores hacia un mundo de sensaciones. Amor y naturaleza fundidos. La añoranza, la celebración de la primavera y del enamoramiento aparecieron antes de interpretar la colección de los 'Gellert-Lieder'.

En la segunda parte emocionó con la emblemática 'Adelaide', llena de tierno lirismo, y con las sucesivas canciones hasta llegar a la apoteosis de los seis 'lieder' de la célebre 'An die ferne Geliebte' (A la amada lejana), un bloque de belleza deslumbrante que liga un poema con otro y en el que Goerne sentó cátedra.

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