Richard Ford: hogar, triste hogar

El escritor norteamericano recupera a Frank Bascombe en una magnífica colección de cuatro relatos que podrían ser un epitafio de su personaje (o no)

Richard Ford, durante su última visita a Barcelona, en el 2013

Richard Ford, durante su última visita a Barcelona, en el 2013 / ALBERT BERTRAN

SERGI SÁNCHEZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

¿A qué llamamos hogar cuando el mundo se derrumba? Frank Bascombe, que fue agente inmobiliario durante veinte años, anda en esas elucubraciones cuando ya está jubilado y describe, con ese escepticismo existencial típico del corresponsal de guerra protegido por un búnker de experiencias, a qué huelen los restos del naufragio. Si, en 2005, el 'Katrina' fue azote de la clase obrera, negra y marginada, en 2012 el huracán 'Sandy' ha arrasado la costa de Nueva Jersey colocando a las clases medias, medias-altas, en el brete de plantearse cómo empezar de nuevo en plena crisis, cuando todos los habitantes de los suburbios se dan cuenta de que en los suburbios también pasan cosas, y no siempre tienen aroma a barbacoa.

Bascombe conoce dos o tres secretos sobre los hogares de América. Traficó con ellos, hizo de la compra y venta de casas su 'modus vivendi' en una época en que los desahucios eran un desastre que le ocurría a los demás. En los cuatro relatos que componen 'Francamente, Frank'Richard Ford le condena a peregrinar por cuatro ideas del hogar: el hogar devastado de 'Aquí estoy yo', que fue el de Bascombe en otro tiempo, por lo que deviene espacio en blanco de la memoria; el hogar devastador de 'Todo podría ser peor', que es el suyo ahora y que fue puerta del infierno para una víctima del huracán; el hogar provisional de 'La nueva normalidad', que es la aséptica réplica de una sala de espera para morir para su exmujer, enferma de Parkinson; y el hogar como mausoleo de 'Muertes de otros'.

En este cuarteto de cuerda para un cínico impenitente, que está dentro y fuera de su propia vida, atento a echar una mano a quien lo necesita para luego confesarle que sólo le rozará con las yemas de los dedos ("lo que quiero por encima de todo es no hacer lo que no quiero”), Ford remata temporalmente la voz de su personaje favorito. ¿Acaso no estaba agotada tras 'El periodista deportivo', 'El día de la independencia' y 'Acción de gracias', novelas que se cuentan entre lo más ambicioso de la literatura norteamericana de los últimos cuarenta años?

Bascombe, como sugiere el título original de esta magnífica colección ('Let Me Be Frank With You'), está dispuesto a ser más Frank que nunca, y es mérito de Ford que esa consistencia -común en autores como Roth o Updike, que también han crecido de la mano de sus ‘alter egos’- se convierta en familiaridad, y no canse al lector. La lucidez de Bascombe no parece tener fisuras, aunque el plan de trabajo que le reserva Ford no sea precisamente un camino de rosas, quizás para facilitar que las contradicciones de su carácter afloren con mayor fluidez. Los cuentos, que en realidad explican cuatro citas no especialmente epifánicas, se desarrollan en cámara lenta, especialmente los dos primeros, haciendo de la morosidad descriptiva una eficaz estrategia para crear suspense. Eficaz sí, pero no recomendable para lectores impacientes.

Decíamos "remata temporalmente", porque, a pesar de su apariencia de epílogo (o, mejor dicho, de epitafio), 'Francamente, Frank' podría tener secuelas. El amigo moribundo de 'Muertes de otros' deja la puerta abierta, por si las moscas, de un modo un tanto explícito. “Me pregunto -dice- cuando escribes un libro, ¿cómo sabes que lo has acabado? ¿Lo sabes de antemano? ¿Está siempre tan claro?”. Es fácil imaginarse a Ford sonriendo al plantearse esos interrogantes mientras Bascombe, en otra dimensión, niega con la cabeza.

{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"'FRANCAMENTE, FRANK' \/ 'FRANCAMENT, FRANK'","text":null}}