DE BARCELONA A NUEVA ORLEANS

No es país para músicos

El documental 'Kids used to sing' retrata la precariedad y el acoso que padece la música en vivo en las calles y salas de España

Imagen del documental 'Kids used to sing'

Imagen del documental 'Kids used to sing' / periodico

NANDO CRUZ

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Alejandro Jiménez es uno de los cientos, tal vez miles, de españoles que han renunciado a su sueño de dedicarse a la música. Tocó en grupos como Sepharad y Desorden Juanra. No vivía de la música, por supuesto, sino de trabajar en una empresa que proveía de todo lo necesario a los barcos que atracan en el puerto de Barcelona. Su último intento de entrar en el mundo de la música fue cursar un máster en gestión del negocio musical. La frase que enterró sus deseos de dedicarse a ello en España la soltó un veterano del negocio: "Intentamos hacer los contratos lo más largos y complejos posible para que los músicos firmen sin saber exactamente lo que firman".

Alex Fisherman, este es su nombre artístico, tiró la toalla y se mudó a Estados Unidos, pero antes quiso comprender por qué resulta tan difícil dedicarse a la música en España. Durante un año y medio ha preguntado a artistas y empresarios de Barcelona, Madrid, Granada, Nashville, Nueva Orleans y Chicago sobre ello. El resultado es el documental 'Kids used to sing' y presenta un desolador panorama musical en España. Nuestro país empieza a ser conocido internacionalmente como un infierno tanto para los músicos de calle como para los que intentan labrarse un futuro en las salas.

UN ESTADO POLICIAL

El bailaor Alejandro Edo vive hoy en Chicago y aún se pregunta por esos carteles de 'prohibido cantar y dar palmas' que hay en algunos bares. "¿De dónde viene esto? ¡Esto no viene de nuestra cultura! ¿Quién nos ha metido miedo?" Mientras da con la respuesta, Antonio Arias, del grupo Lagartija Nick, sentencia: "El daño a la música española ya es irreversible. Esto es un estado policial. Se persigue a las salas, a la música, a los músicos...".

La comparativa estadounidense da ganas de echarse a llorar. En el documental se habla de músicos de Nashville que se sacan 200 dólares por noche en propinas. Y Tim Tuten, gestor de la sala The Hideout, cuenta que en Chicago se considera "inapropiado" cobrar a los grupos por tocar. Josep Gómez, del sello catalán Ventilador Music, lamenta que nuestro circuito de salas sea "un negocio hostelero: de servir bebidas y alquilar espacios".

BARCELONA NO SUENA

Barcelona ocupa un lugar destacado en el documental de Fisherman. Y no sale nada bien parada. Aparecen imágenes de la clausura del local El Arco de la Virgen y una deprimente sentencia de Amanda Marín, de la empresa de gestión cultural Fil Parranda: "Barcelona es una ciudad escaparate. No hace barrio, no hace cultura, no hace nada. Estamos vendidos al turismo".

Desde Estados Unidos ya no se ve España como un paraíso cultural. Más bien lo contrario. "Un amigo estaba de gira por Europa con su banda de música tradicional de Nueva Orleans y fue arrestado por tocar en la calle en España, creo que en Barcelona", explica una responsable de la Coalición Cultural y Musical de Nueva Orleans. España empieza a tener mala fama.

LA SGAE, WERT Y PABLO ALBORÁN

Desde España, el debate suena estancado. Músicos y empresarios echan la culpa al franquismo, a la política socialista de conciertos gratis en fiestas mayores, al pop comercial, a la SGAE y al fútbol. El ministro Wert, Pablo Alborán y el 21% de IVA son los demonios más recientes. Pero 'Kids used to sing' resulta más revelador cuando contrasta estos viejos argumentos con la perspectiva de las voces estadounidenses.

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Cuando el promotor sevillano Antonio Romero explica que aquí "las bandas se dan tortas por tocar en un festival, aunque no les paguen nada", el músico Brian Petrus replica: "No hay manera de ganarse la vida así". Cuando las bandas españolas explica que aquí los músicos noveles pagan por tocar en una sala, el guitarrista Matt Tate recuerda que en Chicago "los músicos se negaron a tolerar esa situación. Rebelarse funciona", asegura.

Las caras de los entrevistados por Fisherman son un poema cuando descubren que en España se examina a los músicos de la calle antes de permitirles tocar. Si les añaden que, aun así, no pueden tocar instrumentos de percusión ni con amplificador y que siempre sobrevuela la amenaza de multa y confiscación de sus enseres, preguntan con inocencia: "¿Por alguna razón en concreto? ¿Se consideran disturbios sociales?". Gran pregunta.

PICAR PIEDRA

Mientras en España el mayor deseo de un músico es sobrevivir, en Estados Unidos están en otra fase. "¿Por qué a los músicos que están preservando la música de Nueva Orleans no les corresponde prosperar en una ciudad que genera tanto dinero? ¿Por qué hay que conformarse con sobrevivir?", se pregunta Ethan Ellestad, director de la Coalición Cultural y Musical de Nueva Orleans. Y su pregunta no es retórica, sino el punto de partida de una ambiciosa estrategia: canalizar parte de los beneficios que ingresa la ciudad gracias a la cultura y el turismo para que reviertan en los músicos.

El productor Tim Carter, desde la lejana Nashville, no ve otra salida al triste panorama de la música en España: "La música no pertenece al Gobierno, sino a la gente y la gente tiene la responsabilidad de transmitirla a sus hijos. Si el gobierno no lo hace, deberá hacerlo la gente: las familias, los ciudadanos. Nosotros lo hacemos, los irlandeses lo hacen, los escoceses lo hacen". "Tendréis que picar más piedra", insiste Tate desde Chicago.