CRÓNICA

Catalunya, 'quo vadis?'

Xavier Albertí causa impacto en el TNC con la simbólica 'L'hort de les oliveres'

Mercè Aránega, Rubèn de Eguia y Ricard Farré, en la última cena.

Mercè Aránega, Rubèn de Eguia y Ricard Farré, en la última cena.

JOSÉ CARLOS SORRIBES
BARCELONA

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Patria, identidad, tradición, lengua, Chéjov, Shakespeare, el Evangelio con una Pasión profana, turismo ruso, algo de gastronomía... Todo mezclado para presentar un cóctel teatral intenso, un digestivo de fuerte sabor para bebedores (espectadores) avezados. Así se sirve y saborea L'hort de les oliveres, primera producción al uso que dirige Xavier Albertí en la Sala Gran del Teatre Nacional de Catalunya. En su año de estreno sí dirigió en el TNC, pero fue en la Sala Petita con Terra de ningú. También pasó por el gran escenario con la inauguración de Taxi al TNC.

Albertí se ha aliado ahora con uno de sus cómplices (el poeta, pintor y dramaturgo Narcís Comadira) para orquestar una ambiciosa, excesiva y altamente simbólica propuesta, subtítulada como Una ópera de Catalunya. Lo es tanto por la presencia del tenor y músico (también actor) Antoni Comas, que despliega un repertorio ecléctico y muy albertiniano, y por la exaltación dramática que permite el género lírico. Citando al Chéjov de El jardín de los cerezos, el personaje de Narcís Cordelira (Oriol Genís, el alter ego del propio Comadira) presenta la obra con la incertidumbre de sí será comedia, tragedia o vodevil. Es un tres en uno con un reparto de 10 intérpretes en el que se ve más suelto al ala veterana, integrada por Mercè Aránega, Oriol Genís, Mont Plans y Carles Canut.

EL DILEMA DE LOS BOFILL / El argumento presenta a una familia catalana, los Bofill, que se enfrenta al dilema de vender una finca -el huerto de los olivos (clara simbología cristiana)- para la construcción de una urbanización destinada a turistas rusos, con spa incluido. Fallecido el patriarca, solo l'hereu Guillem (Rubèn de Eguia) se opone a la provechosa venta, cumpliendo el último deseo de su padre. Estudioso de Shakespeare, el joven vive atrapado en un constante dilema hamletianoLa criada Angeleta (Mont Plans) es la introductora del clan, que ahora encabeza la madre Felicitat (Mercè Aránega), y de los invitados a la que será su última cena en la finca durante la Semana Santa. Con el conflicto sobre la mesa, llegará un desenlace trágico en forma de sacrificio catártico.

Es este un montaje híbrido, en el mejor sentido, y con el sello evidente del gran teatro europeo contemporáneo. Por el uso de la palabra, de la música y del movimiento en un dramaturgia de muchas capas para un texto brillante y una puesta en escena de igual acierto. Es una pieza que remite a aquellos directores europeos (solo falta el uso del vídeo) que Àlex Rigola invitaba al Lliure cuando los recursos no escaseaban como hoy. Fiel a su trayectoria iconoclasta, Albertí da un paso al frente, no sin riesgos por el reto que siempre supone la Sala Gran del TNC. No es esta una obra de consumo fácil para el público generalista.

De la mano de Comadira, el director del TNC quiere contribuir sin medias tintas y con vocación claramente agitadora, al debate sobre qué futuro le espera a Catalunya. Lo hace a partir de una elogiable óptica de gran angular, que no está centrada en el conflicto simplificador del Espanya ens roba.

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