viaje por la obra del pintor UNIVERSALISTA

El arte sin fronteras de Torres-García

El MoMA dedica una muestra al influyente artista uruguayo-catalán

A la izquierda, 'Figura de mujer' (1900). A la derecha, 'Autorretrato (1902).

A la izquierda, 'Figura de mujer' (1900). A la derecha, 'Autorretrato (1902).

IDOYA NOAIN
NUEVA YORK

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Durante toda su vida Joaquín Torres-García (1874-1949) trató de hacer -e hizo- añicos fronteras, físicas, mentales, artísticas, estéticas, de comunicación, formales, temporales... El resultado del empeño del artista nacido en Uruguay, formado en Barcelona y con importantes etapas en Nueva York y París antes del retorno final a su Montevideo natal, fue una obra de radical individualidad y enorme influencia, un ambicioso y fructífero viaje creativo que se resume ahora en Joaquín Torres-García: El moderno arcadio, una generosa retrospectiva de 190 piezas que abre el próximo domingo en el Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York y que viajará el año que viene a la Fundación Telefónica en Madrid y al Museo Picasso en Málaga.

No sin cierta paradoja teniendo en cuenta que Torres-García veía el tiempo como una colisión de distintos periodos en lugar de como una progresión lineal, la muestra está organizada en orden cronológico. Y eso hace que la bienvenida para el visitante, tras una reproducción en la entrada de su emblemático mapa invertido de Latinoamérica en el que el sur es el norte (y el norte, el sur) sea su osado y en su día incomprendido Lo temporal no es más que un símbolo, el último de los frescos que realizó en comisión para el Saló Sant Jordi del Palau de la Generalitat y que se ve por primera vez en Estados Unidos.

Fascinación por la deformidad

En esa pieza, titulada por inspiración de una frase del Fausto de Goethe (que hablaba de la realidad como símbolo, no del tiempo), se ven ya muchas de las inquietudes que marcarían la carrera de Torres-García, incluyendo la reinterpretación de lo clásico en un estilo moderno; su fascinación por la deformidad, lo monstruoso y lo desproprocionado, la planicie de las figuras.... Y hoy es un admirado trabajo, pero cuando se presentó en 1916 no fue comprendido ni aceptado por todos.

De la herejía a la envidia

«Se dijo que los frescos eran malos, que no sabía pintar, fueron vistos como heréticos para la voluntad historicista que cree en el tiempo», decía ayer el comisario de la muestra, Luis Pérez-Oramas, recordando el escándalo con que se recibieron entre académicos e intelectuales conservadores, una agria polémica.

Pérez-Oramas identifica corrientes de envidia en aquel rechazo pero también de xenofobia hacia aquel uruguayo que «por accidente acabó siendo una figura central del paisaje artístico» en Barcelona y del Noucentisme. Y con la distancia no puede esquivar lo irónico que es, sobre todo porque, para él, «Torres-García era, sobre todo, un inmigrante, convencido de que el arte y la inteligencia solo existen migrando». Torres-García, explica, fue catalán en Catalunya hasta que se marchó en 1918, estadounidense los dos años y medio que pasó en esa Nueva York «inimaginable y fantástica», europeo cuando decidió volver al viejo continente y «absolutamente parisino» cuando se instaló en la capital francesa.

Bourgeois y Basquiat

Para el comisario la muestra es también la oportunidad de que el gran público se acerque a alguien que «ha sido siempre un artista de artistas» y cuya influencia se siente en artistas, desde Louis Bourgeois hasta Basquiat. Un creador «obsesionado con alcanzar un lenguaje esquemático y simbólico que pudiera ser universal». La retrospectiva permite también comprender a alguien que «·entendió que estilos y movimientos artísticos no son más que convenciones» y que se abrió a la modernidad, un artista que provocó encuentros entre la vanguardia y lo primitivo, entre la pintura y el colaje... Según se dice en la muestra, fue «protagonista de intercambios culturales trasatlánticos». Ahora vuelve a darles pie.