Adele domina

La cantante británica mostró su pop intimista con sorprendente naturalidad en el Sant Jordi

La estrella británica, rodeado por sus seguidores, durante el concierto de anoche.

La estrella británica, rodeado por sus seguidores, durante el concierto de anoche.

JORDI BIANCIOTTO
BARCELONA

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Ahora que el pop no esboza ninguna tendencia dominante y que no existe un estilo que marque el signo de los tiempos, el clasicismo de Adele tiene recompensa. Una voz dotada sin sonar aparatosa, más elegante que exhibicionista, y un cancionero que maneja melodías y ambientes con estilo, buscando una emotividad atemporal. Y que, en escenarios como el del Palau Sant Jordi, donde ofreció anoche el primero de sus dos conciertos, se mueve con sorprendente soltura, centrando los focos sin rastro de timidez, combinando sus canciones recogidas con estridentes diálogos con el público,

Si otras estrellas pop corretean por escenarios llenos de atrezzo o bailan en medio de vistosas coreografías, Adele concibe el espectáculo alrededor de sí misma, segura de sus poderes, buscando el contraste de su voz y su figura sobre un fondo en blanco. Así fue en el Sant Jordi desde la primera canción, Hello, de su disco más reciente, 25, que interpretó en un cuadrilátero desnudo, colocado en el centro de la pista, como el Sinatra de The main event. Puntualidad rigurosa, que pilló a no pocos asistentes buscando aún su localidad. La segunda pieza, Hometown glory, la cantó ya en el escenario principal, en su extremo frontal, mientras el conjunto permanecía cubierto por una doble pantalla de vídeo.

POSTALES DE BARCELONA / Mientras recorría esa letra que habla de recuerdos y de personas que dejaron rastro («son las maravillas de mi mundo»), aparecieron en imágenes de Barcelona: la Sagrada Família, Montjuïc, el parque Güell... Un guiño al público que acompañó luego de un desafío: «¿Vais a gritar más que en Lisboa?», preguntó en alusión a su anterior parada de gira. Sí, quienes se habían hecho una idea de Adele a través de sus intimistas discos descubrieron a un personaje menos apocado de lo que podían esperar; muy hablador, quizá demasiado, siempre en un inglés del sur de Londres a toda velocidad (confesó no ser «muy buena con el español»), y capaz de animar en cualquier momento al público a hacer la ola y a gritar «olé, olé» antes de entonar, por ejemplo, una pieza tan poco verbenera como Make you feel my love, de Dylan. Es posible que ese fuera su modo de inyectar sangre a un recital que podría decantarse por el lado lánguido de la vida, pero sus licencias espontáneas rompieron en ocasiones el clima de la noche.

EN BLANCO Y NEGRO / La puesta en escena tendió a la formalidad del blanco y negro, que es como apareció ella en la pantalla, cantando con los ojos cerrados o acompañando cada estrofa con tenues gestos teatrales, en piezas como One and only y Rumour has it. Material de interiores que dio paso a otros perfiles: un voluptuoso soul nocturno a lo Massive Attack primera época en I miss you y la frondosidad peliculera de Skyfall, su canción para el último James Bond. Claro que, entre ambas piezas, Adele tuvo a bien invitar al escenario a tres fans, de León, dijo una, con las que se hizo un selfie.

En segundo plano, un grupo ampliado con músicos de cuerda y de viento, recursos siempre muy mesurados, creando ambientes recogidos. Un fragmento acústico incluyó sólidos, delicados, enfoques de Million years ago Don't you remember, y Send my love (to your new lover) aligeró el guión con su cadencia folk-pop.

Aún no hemos dicho que Adele cantó francamente bien. Técnica y apasionada sin perder el mundo de vista, quizá enamorada del color de su voz, pero a algunos centímetros de la demagogia emocional de todo a un euro. Luciéndose en Someone like you y la más pulmonar de todas, All I ask, y dejándose empapar por el efecto de lluvia en Set fire to the rain.

Va todavía algo corta de repertorio, pero sus 18 canciones y sus anécdotas, sus confesiones sobre lo mucho que añora en las giras a su hijo Angelo y sus flirteos con el público estiraron el recital hasta el filo de las dos horas. Ahí presentó When we were young como su favorita y se despidió haciendo bailar a sus fans con Rolling in the deep, dejando atrás el reflejo de una cantante que desea compaginar el divismo con el tuteo.