'Caracremada', desconcertante, deslumbrante, hipnótica

Dado que ni siquiera la biografía oficial de Ramon Vila deja claro lo que hizo durante la década que pasó escondido en las montañas, cualquier intento de reconstruir su vida en esos años necesita de la especulación o bien de un disciplinado minimalismo. En otras palabras, el joven director Lluis Galter ha preferido suplir la falta de datos reales sobre el último maquis catalán no usando otros imaginados sino manejando de forma hábil y dramáticamente honesta los que sí tiene. Ese respeto por la realidad genera en el espectador cierta distancia con Vila y, a la vez, algo parecido a la intimidad.

Esa misma tensión entre lo cercano y lo lejano se evidencia en cómo la bressoniana preferencia de Galter por los planos detalle se ve puntualizada con otros más abiertos del paisaje imperio de los montes y bosques pirenaicos para construir una versión de la resistencia guerrillera no a través de diálogos y de las estrategias convencionales de contextualización sino a través de la poética de los gestos, los instrumentos y los sonidos --ninguno tan poderoso como el del vaivén de una sierra que penetra en el hierro--, y de la fuerza expresiva del fuera de campo. La Historia, parece sugerir el director catalán, constituye más que la suma de las partes del acontecimiento en sí mismo.

Aunque éticamente intachable, la visión angosta del personaje y de su significado en la lucha contra Franco se apoya demasiado en el poder de sus imágenes, tanto visuales como sonoras, y esa obsesiva confianza acaba llamando mucho la atención sobre sí misma, tal vez demasiado como para resultar elocuente. Narrativamente elíptica, episódica y cercana a la abstracción, Caracremada desconcierta, deslumbra e hipnotiza pero no estimula la implicación emocional ni conecta la experiencia de un individuo con un contexto y una memoria históricos. Probablemente tampoco lo pretenda.