¿Qué Unión Europea desea usted?

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El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, con su 'Libro blanco sobre el futuro de Europa. Reflexiones y escenarios para la Unión Europea de los Veintisiete en 2025', del 1 de marzo del 2017, ha hecho lo que le hubiera correspondido hacer tras su toma de posesión, en noviembre del 2014: preguntar a los gobiernos de los estados miembros de la Unión qué quieren que ésta sea en el futuro (aunque el 2025 esté demasiado cerca). Juncker sabe -como pocos antes que él- que la Comisión Europea tiene más autonomía cuanto mayor consenso sea capaz de generar entre los estados miembros.

La Unión Europea no permanecerá con nosotros, tal y como la conocemos, porque algunos consideremos que es una buena cosa en sí misma, sino que será lo que los electores de sus estados miembros en elecciones legislativas y en elecciones al Parlamento Europeo decidan que sea. Muchos son los que han olvidado que la Unión Europea es el resultado de una sucesión de decisiones de carácter estrictamente político mediante las cuales aquellos que detentaban, en un momento determinado y con legitimidad sin mácula, la soberanía nacional decidieron transferir, a un complejo entramado institucional de reglas compartidas con otros estados, parcelas determinadas de dicha soberanía. Y que dicha transferencia se hizo democráticamente, con un respaldo electoral mayoritario, expresado en conformidad con las normas constitucionales vigentes en cada caso, es decir, vía referendo o ratificación parlamentaria. Por vez primera, las instituciones y los ciudadanos de la Unión han interiorizado que el mal llamado proceso de integración europea es reversible. ¡Ya era hora! Solo cuando somos conscientes de que podemos perder algo que nos interesa, nos decidimos a valorarlo adecuadamente y a asumir la parte de responsabilidad que todos tenemos en su mantenimiento. Derechos deberes forman las dos caras de una misma moneda. Este símil es aplicable a la Unión Europea, al euro, al Estado del bienestar, a la democracia y a todo aquello que muchos valoramos como conquistas históricas, ninguna de ellas, por cierto y para quienes lean este diario, con más de 40 años.

Los cinco escenarios

Juncker, que lleva desde sus 20 años en política, sabe cómo verter vino viejo en odre nuevo, en un magnífico ejercicio de prestidigitación política. Su 'Libro blanco' presenta como vital una elección entre cinco escenarios que, en realidad, son los mismos escenarios de siempre y que nunca han sido incompatibles entre sí. «Seguir igual», primer escenario, quiere decir mejorar la cuenta de resultados de lo que actualmente hacemos, ¡que no es poca cosa! ¿Alguien duda que la Unión Europea -sus instituciones y sus políticas- ha de situarse en el epicentro de las prioridades de los ciudadanos europeos cuando uno de cada cuatro ciudadanos de la Unión Europea tiene una imagen negativa de la misma (Standard Eurobarómetro núm. 86, noviembre del 2016)?

«Solo el mercado único», escenario número dos, es seguir prácticamente igual pero valorando el activo más indiscutible y valioso con el que contamos y que los 28 estados miembros compartimos con nuestros vecinos más cercanos. Si no nos dejáramos llevar por la ciega pasión de un europeísmo mal entendido, el atractivo del mercado único serviría para llevar a cabo un 'hard Brexit' que no rompiera nada de manera irreversible entre los Veintisiete y el Reino Unido. ¡Es perfectamente factible! «Los que desean hacer más, hacen más», escenario número tres, es la norma desde las negociaciones del Tratado de Maastricht y lo seguirá siendo. ¿Quién puede impedir que la República Federal de Alemania y Francia creen una unión fiscal, abierta a otros países de la zona euro que aceptaran una soberanía fiscal y presupuestaria compartida? Ejemplos posibles dentro de este escenario son muchos.

«Hacer menos pero de forma más eficiente», escenario número cuatro, significa que los estados miembros han de decidir prioridades de acción, lo que es inevitable cuando la contestación interior -política y social- va en aumento. Las negociaciones que condujeron a la oferta de un nuevo encaje del Reino Unido en la Unión Europea, de febrero del 2016, fueron la última oportunidad perdida para repensar qué no estamos haciendo correctamente. Desgraciadamente, las negociaciones se llevaron a cabo desde la soberbia teleológica que no concibe la posibilidad de decisiones políticas que hagan reversible la cesión de soberanía y desde la distorsión histórica que convertía una Unión sin Gran Bretaña en una mejor Unión.

Espacio con valores comunes

«Hacer mucho más conjuntamente», quinto y último escenario, puede significar cosas muy diferentes en los diversos rincones del territorio de la Unión. No se dejen enredar en discusiones sin fin y vayan a lo básico: necesitamos establecer el conjunto de valores que queremos compartir, definir la base ideológica mínimamente común que sirva para enraizar toda acción futura. Los criterios de Copenhague de 1993 dieron por hecho que todos entendíamos lo mismo por democracia, Estado de derecho, respeto por los derechos humanos y protección de las minorías. Ahora sabemos que no es así. Necesitamos una Unión Europea que sea, como mínimo, un espacio con valores comunes y todos necesitamos saber cuáles son. Cuando estos estén claros se podrán suspender los derechos de participación en el Consejo de la Unión y en el Consejo Europeo de los gobiernos que los incumplan. Ahora estamos en un guirigay de ruido mediático.

¿Quién puede dudar que todos y cada uno de los escenarios propuestos resultan imprescindibles? ¡Como siempre! Pero Juncker, de nuevo, olvida el escenario más difícil, aquel que otorga legitimidad a toda acción por parte de la Unión: necesitamos 27 programas de reforma institucional de carácter nacional que hagan sostenible a largo plazo el modelo social que los ciudadanos de cada uno de los Estados que forman la Unión Europea consideran que se merecen. Programas de sostenibilidad que solo pueden ser definidos endógenamente, fruto de pactos sociales de amplio calado y espectro. Y ello, estimados lectores, solo está al alcance de democracias consolidadas que entienden la responsabilidad con carácter intergeneracional o de democracias en construcción tras una crisis histórica (guerra mundial, guerra civil o 40 años de dictadura). Desgraciadamente, ahora sabemos que la Gran Recesión no ha sido una fisura lo suficientemente dolorosa para dar a luz democracias de mejor calidad, ¡todo lo contrario!

El éxito futuro o el fracaso de la Unión Europea, que no es sino un producto colectivo de la democracia europea, radica en la mejora de la calidad democrática de los estados que la formen. El deterioro de las democracias nacionales ha comportado el deterioro del programa de acción de la Unión y su consiguiente pérdida de legitimidad a ojos de una cuarta parte de la opinión pública de la Unión. ¡Una cuarta parte! Hubo un tiempo en que la Comunidad Europea permitió la viabilidad de los consensos nacionales que alimentaron las débiles democracias tras la segunda guerra mundial, tras la caída de las dictaduras de la Europa del sur o del socialismo real de la entonces llamada Europa del este. Ahora son las democracias nacionales las que necesitan legitimar la futura Unión Europea.

Europa no es Bruselas

Desgraciadamente, la manera como se explica la integración europea ha llevado a no interiorizar el hecho clave de que Europa, esa desafortunada sinécdoque que ha transformado la parte en el todo, no es Bruselas sino que son todas nuestras instituciones —ayuntamientos, escuelas, sindicatos, partidos políticos, etc.— y que tan europeas son las elecciones al municipio de Badalona cuanto lo sean al Parlamento Europeo.

La Unión Europea que yo quiero necesita los cinco escenarios del 'Libro Blanco' de Juncker pero llevados a cabo por democracias más inclusivas, con ciudadanos mejor educados y desde una política más honesta.

¿Qué Unión Europea desea usted?