ELECCIONES PARLAMENTARIAS EN UN PAÍS DESGARRADO

Ucrania vota con poca fe

El desánimo cunde entre los ciudadanos, hartos de la guerra y de una oligarquía que no ha cedido las riendas pese a la revolución

Jornada electoral 8 Preparativos en un colegio de Kiev, ayer.

Jornada electoral 8 Preparativos en un colegio de Kiev, ayer.

IRENE SAVIO / KIEV

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El día era gélido ayer en Kiev, pero Yuliya Yevgenyevna y sus ancianos padres, refugiados como ella, llevaban horas caminando. En las calles de la capital ucraniana ya casi no hay rastro de la turbulenta revuelta de Maidán, que ha cedido paso a la propaganda electoral que ha invadido la ciudad cara a las elecciones parlamentarias de hoy. Pero esta es la última de las preocupaciones de esta familia ahora. La guerra en el este los obligó a escaparse de Donetsk hace cuatro meses y encontrar refugio en la capital ucraniana no está siendo fácil.

«Quizá sea culpa de la televisión, pero el rechazo se siente. Desde que estamos aquí, he oído todo tipo de insultos contra la gente del este», cuenta Yuliya, quien trabajaba en la Universidad de Donetsk y fue allí una activista proucraniana. Y saca de su bolsillo un móvil y muestra un anuncio colgado en un portal de alquiler de viviendas en Kiev. «Abstenerse gente de África, de Donetsk y Lugansk», se lee.

SANTUARIO DE DOLOR

En Ucrania, ahora con más intensidad, se palpa la herida y la división que han dejado primero la secesión de Crimea y luego la guerra en el este. Un trauma en la psique colectiva que nadie sabe bien cómo y cuándo se va a curar. Para empezar, porque el conflicto armado continúa derramando sangre de forma incesante. «Ayer llegaron una veintena de heridos a última hora. Hoy solo Dios sabe cuántos serán», explicaba ayer a este diario un médico estadounidense que trabaja junto al Ejército ucraniano en la ciudad de Mariupol.

Las cifras dan visibilidad a este enorme santuario de dolor en el que se ha convertido el país. Según la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCAH), hasta principios de este mes de octubre 3.660 personas habían muerto y 8.770 habían resultado heridas en el este, donde los combates han continuado incluso después de la tregua pactada por las autoridades de Ucrania y los rebeldes el pasado septiembre en Minsk, la capital bielorrusa.

«Dramático, sí. Por eso me pregunto: ¿de qué ha servido Maidán?», dice una anciana, de pie, delante de uno de los improvisados memoriales a los muertos de Maidán, en la plaza de la Independencia, ahora despojada de las tiendas de campaña que allí estuvieron hasta que en agosto las autoridades las desalojaron a la fuerza. «Catastrófico, diría», añade Ekaterina, quien recuerda que una de las reclamaciones de Maidán era precisamente que Ucrania fuera liberada de la ruina en la que la han hundido sus oligarcas desde que el país se independizara, en 1991.

Pero ellos, los oligarcas, siguen ahí, metidos hasta el cuello en la política ucraniana. Véase el multimillonario Petro Poroshenko, exministro del depuesto presidente Víktor Yanukóvich y quien, después de ganar la presidencia del país en las elecciones del pasado mes de mayo, creó una plataforma que va camino de convertirse en una de las primeras o en la primera formación política de Ucrania. Pero también Igor Kolomoisky, quien, desplazado el clan de Yanukóvich, se ha convertido en el indiscutido dueño de la estratégica ciudad de Dnipropetrovsk. Con Ejército privado incluido, como cuenta Andrew Wilson en su Ukraine crisis, el más reciente libro sobre el conflicto ucraniano.

LA ECONOMÍA SE HUNDE

«En el Parlamento quizá entrarán unos 150 o 200 nuevos diputados, pero los oligarcas ya se han amoldado a la revuelta de Maidán y han conseguido utilizarla para su beneficio», añade el también experto en temas políticos ucraniano Alexei Tolpygo. Quien también avisa de otro peligro: el del nacionalismo populista del hasta hace poco desconocido jefe del Partido Radical ucraniano, Oleg Lyashko, cuyas andanzas en el este han incluido cacerías de prorrusos, como atestiguan numerosas imágenes que se han publicado.

El problema es que, mientras tanto, la economía del país se está desmoronando. Según las previsiones, el PIB va a caer entre un 7% y un 10% este año, lo que se suma a la amenaza de un invierno particularmente duro y de otro corte en el suministro de gas por parte de Rusia. Este es el panorama que va a tener que afrontar el nuevo Gobierno ucraniano que salga de las urnas. Yuliya suspira: «No sé ni siquiera si votaré».