Trump aplaza el traslado de la embajada estadounidense en Israel a Jerusalén

El presidente reniega de su promesa de campaña para dar una oportunidad a las negociaciones

Donald Trump, en el Despacho Oval de la Casa Blanca.

Donald Trump, en el Despacho Oval de la Casa Blanca. / PM

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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Durante la pasada campaña electoral, Donald Trump se comprometió a trasladar a Jerusalén la embajada estadounidense en Israel el primer día de su mandato. No fue el único que lo hizo. Tanto Bill Clinton como George Bush invocaron en su día promesas similares, pero no tardaron en cambiar de parecer al llegar a la Casa Blanca, conscientes de que la medida equivale a tirar gasolina sobre los rescoldos de la perpetua hoguera del conflicto israelí-palestino. Trump no es diferente a ellos. El líder estadounidense ha aplazado el prometido traslado a la Ciudad Santa con la intención confesa de dar una oportunidad a las negociaciones de paz, que ni han empezado ni tienen visos de llegar a ningún sitio. Para el autoproclamado artista del pacto, no hay desafío más grandioso que la paz en Oriente Próximo.

Como hicieron todos sus predecesores desde 1995, cuando el Congreso aprobó una ley vigente para trasladar la embajada desde Tel Aviv a Jerusalén, Trump ha invocado los “intereses nacionales” de EE UU para prorrogar otros seis meses la decisión. El anuncio representa otra ruptura con sus promesas de campaña, pero la Casa Blanca insiste en que el aplazamiento solo es temporal y busca sentar las bases para que la rueda del diálogo vuelva a ponerse en marcha. “Trump ha tomado la decisión para maximizar las posibilidades de negociar con éxito un acuerdo entre Israel y los palestinos”, ha dicho el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer. A largo plazo, la opinión del presidente no habría cambiado. “La pregunta no es si el traslado se producirá, sino cuándo”, ha añadido Spicer.

La espantada del neoyorkino es un golpe para el Gobierno de su amigo Binyamin Netanyahu y los patronos de la derecha israelí en EE UU, como el magnate de los casinos Sheldon Adelson, uno de los mayores mecenas del Partido Republicano. A todos ellos les prometió el cielo, como es preceptivo para cualquier candidato que aspire a llegar lejos en la política estadounidense, durante su discurso ante el AIPAC, el gran lobi proisraelí, del año pasado. “Moveré la embajada americana a la capital eterna del pueblo judío”, dijo plegándose a la retórica del gobierno israelí.

COLONIZAR BARRIOS

Pero la realidad se ha impuesto, al menos de momento. Los pocos países que tenían embajada en Jerusalén la han retirado en los últimos años. Es el caso de Costa Rica o El Salvador. Ni Naciones Unidas ni ningún otro país del mundo reconoce a la ciudad sagrada como capital del Estado judío, por más que su gobierno se empeñe en colonizar los barrios palestinos para cambiar la demografía y expulsar progresivamente a los árabes de la ciudad. En un principio, el Plan de Partición de 1947 apostó por internacionalizar el estatus de Jerusalén, pero tras la guerra subsiguiente, quedó partida en dos sectores, uno bajo control israelí y otro jordano. Israel conquistó el sector oriental en la guerra de 1967 y, en los años ochenta, se lo anexionó formalmente, una maniobra sin reconocimiento internacional

En los últimos meses, varios aliados árabes de EE UU han advertido a Trump de que el traslado de la embajada podría desatar una nueva ola de violencia o, como mínimo, hundir las posibilidades para reanudar el diálogo. Y Trump quiere jugar sus fichas en el casino de Oriente Próximo, como  hicieron sus predecesores. Todavía no ha marcado parámetros ni ha dicho cómo pretende hacerlo, pero se intuye que quiere explorar el viejo plan de la Liga Árabe que ofrece a Israel reconocimiento pleno a cambio de un Estado palestino. En ese plan no hay sitio para Jerusalén como capital exclusiva de Israel. Contempla a la ciudad como capital de dos Estados