Todo empezó en MIT

Científicos iranís.

Científicos iranís.

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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Hace exactamente una década, un año antes de que el Consejo de Seguridad de la ONU aprobara la primera de las seis resoluciones de condena del programa nuclear iraní y empezara a imponer sanciones, el vicepresidente de EEUU, Dick Chenney, esgrimió uno de los argumentos más recurrentes para cuestionar los supuestos fines pacíficos del programa iraní. «Están sentados sobre cantidades ingentes de petróleo y gas. Nadie puede explicarse por qué necesitan generar energía nuclear». Lo que no dijo entonces Chenney ni recuerda hoy casi nadie es que fueron dos presidentes de EEUU los que presionaron a Irán para que pusiera en marcha su programa nuclear. Fue por una razón muy sencilla: querían hacer negocio.

«En los años 70, bajo las presidencias de Nixon y Ford, EEUU era la potencia dominante en el campo de la energía atómica y empujó a otros países a adoptarla para venderles plantas nucleares», recuerda el especialista en seguridad nuclear del Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT), Jim Walsh. Por entonces Irán producía seis millones de barriles de crudo diario, el doble de lo que produce hoy. Pero la Administración Ford insistió en que la energía nuclear serviría para «apuntalar las necesidades de crecimiento económico de Irán y liberar parte de sus reservas de petróleo para la exportación», según consta en un documento desclasificado. El entonces secretario de Estado, Henry Kissinger, estimó que su país podría embolsarse 6.000 millones de dólares si el proyecto salía adelante.

Y así fue. En 1974, el Sha Reza Pahlevi, monarca despótico respaldado por Occidente, anunció un plan para construir 24 centrales nucleares con las que pretendía generar 24.000 megavatios de electricidad. Un plan que de haberse materializado situaría a Irán como el quinto productor mundial de energía nuclear por detrás de Rusia. Teherán carecía de los expertos necesarios para un proyecto de esa magnitud, así que, aquel mismo año, firmó un acuerdo con MIT para formar allí a la primera generación de físicos e ingenieros nucleares iranís.

Un año después, 35 ingenieros persas recalaron en la prestigiosa universidad tecnológica a las afueras de Boston, que cuenta con un reactor dedicado a la investigación, para completar un máster de tres años. Pero en el campus muchos se sintieron ofendidos de que «se alquilara el departamento de energía nuclear al Sha a cambio de una cantidad no especificada de dinero», según contó hace unos años al Boston GlobeNoam Chomsky, profesor residente. De la noche a la mañana, la mitad de los rostros en algunas clases fueron iranís.

Tras el triunfo de la revolución islámica en 1979, más de la mitad de los estudiantes iranís optaron por quedarse en EEUU, según una investigación del Globe. Pero de los que regresaron, al menos tres se convirtieron en piezas clave del programa nuclear de los ayatolás. Uno de ellos fue Mansour Haj Azim, quien fue vicepresidente de la Organización de la Energía Atómica Iraní (AEOI). Otro es su actual presidente y número dos de las negociaciones que se llevan a cabo en Suiza, Alí Akbar Salehi, aunque no formó parte del programa del Sha.

Emular a Irak

Caprichos de la historia, durante sus cinco años en el campus, Salehi coincidió con Ernest Moriz, el actual secretario de Energía de EEUU, que ejerce de lugarteniente de John Kerry en las negociaciones de Lausana, y con Binyamin Netanyahu, primer ministro israelí. Salehi y Moriz nunca llegaran a conocerse, pero ahora tienen la oportunidad de hacer historia.

A la postre, los planes colosales del Sha quedaron en casi nada. Tras rechazar inicialmente la energía nuclear, el ayatolá Jomeini reanudó el programa en 1984 para emular las aspiraciones de su archienemigo iraquí. Pero de aquellas 24 centrales, solo una ha visto la luz, levantada por la empresa alemana Siemens y operativa con la ayuda de Rusia desde el 2011. Por medio han pasado tantas cosas que el debate inicial ha quedado en un segundo plano, pero lo cierto es que todo empezó en MIT.