Temblor político en la 'Pequeña Haití'

Un mural da la bienvenida al barrio "Pequeña Haití" de Miami.

Un mural da la bienvenida al barrio "Pequeña Haití" de Miami. / periodico

IDOYA NOAIN / MIAMI (ENVIADA ESPECIAL)

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Pasear por las calles de la Pequeña Haití, el barrio de Miami donde residen más de 30.000 haitiano-estadounidenses, ayuda a cimentar la impresión de que el tradicional apoyo mayoritario a los demócratas de esta comunidad sigue incólume. En los escaparates de los negocios de su eje principal solo se ven carteles, en inglés y en creole, de apoyo a Hillary Clinton. Pero las cosas son más complejas que pequeños trozos de papel.

A mediados de septiembre, Donald Trump se convirtió en el primer candidato presidencial en acercarse hasta este barrio humilde donde muchos índices que apuntan a la salud económica y social de una comunidad están por debajo de la media nacional y los malos, como el de criminalidad, por encima.

El empresario aprovechó su visita al Centro Cultural para cuestionar el trabajo de la Fundación Clinton en Haití, especialmente después del terremoto del 2010, y denunciar que “dinero de los contribuyentes que debía ir a Haití y a las víctimas fue a manos de muchos de los compinches de Clinton”. Y repitió las acusaciones en el último debate, en el que llegó a definir la entidad filantrópica como una “organización criminal”.

DISCURSO EXAGERADO

Trump aseguró que la gente de la Pequeña Haití “odia a los Clinton” y “ya no quieren que les ayuden” y su discurso, como de costumbre, tiene mucho de exageración, pues muchos adoran aún a un matrimonio que pasó por la isla en su luna de miel en 1975 y a un expresidente que envió soldados para restaurar a Jean Bertrand Aristide en el poder tras un golpe militar.

Pero aunque la visita de Trump fuera cuestionada por algunos como un mero gesto (emborronado además por haber estado organizado por activistas locales sobre los que pesan sombras de corrupción y apoyo a paramilitares en la isla), ha contribuido a arrojar luz sobre un innegable resquebrajamiento del idilio entre los Clinton, Haití y muchos haitiano-estadounidenses,  casi un millón en todo Estados Unidos, el 2% de la población de Florida.

La Fundación ha usado Haití para beneficiar a determinados negocios. No ayudan a la gente ni a empresas localesHan robado”, dice Johnny, un policía de 36 años que prefiere no dar su apellido. Y ese es solo el principio de su larga lista de desagravios, que pasa por hacer parcialmente responsable a Bill Clinton de la destrucción de la agricultura que hizo dependientes a los haitianos de las importaciones estadounidenses y llega a acciones recientes como el “apoyo a grandes corporaciones que han creado monopolios en la isla ” en sectores como la las comunicaciones.

NEGOCIOS SOSPECHOSOS

De lo que habla es de sombras que ya otros muchos han señalado: el parque industrial construido tras expropiar a más de 350 granjeros y en el que se han creado menos de la mitad de los trabajos prometidos, millones de dólares recaudados pero no gastados, la apuesta de Clinton como secretaria de Estado por una presidencia de Michel Martelly que acabó siendo desastrosa o la presencia del hermano de la candidata demócrata, Tony Rodman, en el consejo asesor de una empresa con una mina de oro tras conocer a su responsable en un acto de la Iniciativa Global Clinton... En el último debate fue el moderador, y no Trump, quien sacó a colación Haití, haciendo mención indirecta a una serie de correos electrónicos que revelaron que asistentes de la secretaria de Estado dieron trato preferencial en las ayudas para la reconstrucción a donantes de la fundación a los que se llamaba “amigos de Bill” o sus “Vip’s”.

El desenamoramiento no es todavía divorcio. Clinton se beneficia del cariño por Barack Obama, que en 2014 aceleró el proceso de reunificación familiar. Y cuenta con el apoyo de personas como Mary Dominique, una mujer de 58 años que regenta un pequeño comercio. “Soy demócrata”, dice como escueta explicación de su voto. De Trump se niega a hablar (“no me gusta decir cosas malas de la gente”). Y cuando lo hace de la tierra de la que se marchó en 1980, lo hace con su inglés aún roto. Dice que “Haití es el último país”. O, quizá, “el país perdido”.