SÍMBOLO DE MAIDÁN
El santuario de la revuelta
El monasterio de San Miguel se ha convertido en refugio, hospital y cuartel de la oposición en Kiev
San Miguel, refugio tradicional de los ucranianos ante invasiones y desastres, es un auténtico símbolo para la revolución. Su interior ha servido de refugio, templo, hospital, cama y cuartel para los manifestantes. El monasterio de San Miguel, patrón de Kiev, ha sido uno de los pocos recintos libres de incursiones policiales durante las protestas de Maidán. Su catedral, con su fachada azul celeste y sus cúpulas doradas, se ha convertido en el santuario de la revolución.
El mismo espacio que servía en la Edad Media para cobijar a los que huían de los mongoles y tártaros, ha recibido estos días a los voluntarios de Maidán, que descansan exhaustos, entre imágenes sagradas, fogatas y velas encendidas y la expectación animosa del que se sabe construyendo la historia.
Cuando uno se aproxima al monasterio, lo primero que ve es una torre con un campanario y un reloj enorme. En su base, dos guardias de autodefensa patrullan frente al portón flanqueados por frescos de santos que parecen acompañarles en su cometido. Tras los muros barrocos, la actividad es frenética desde que hace tres meses el expresidente Víktor Yanukóvich -ahora en Rusia, en busca y captura- diera la espalda a la firma del tratado con la UE bajo presión de Moscú y se iniciaran las protestas.
Cuando la violencia estalló en diciembre, unos manifestantes hicieron tocar las campanas de San Miguel para reunir refuerzos, práctica que se usaba hace siglos ante una amenaza externa.
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En el patio que sigue a la entrada principal, un grupo mira en un televisor las últimas noticias del canal 5, propiedad del oligarca opositor Piotr Poroshenko, considerado uno de los mayores patrocinadores de la revuelta y que ahora podría ser designado al frente del Gobierno
La actividad demuestra el nivel de organización de los manifestantes. El patio está lleno de carpas. En la primera, una señora se encarga de inscribir a los voluntarios. «En el resto de carpas se recogen donaciones, ropa, alimentos y medicinas», explica Tania Degtiarenk, una de las voluntarias. Degtiarenk se dirige a la parte trasera de la catedral. Ahí se encuentran unos chicos preparando sopa en un gran caldero dentro de un oxidado barril que hace las veces de horno: «Esto es la cocina. Aquí se alimenta día y noche, a cualquiera hora, a todo el que se acerque por aquí», añade la joven de 23 años.
En las ventanas de un edificio adyacente, unas cruces rojas de cinta adhesiva indican que se trata del hospital improvisado. No se permite el acceso, pero un médico sale a fumar un cigarro: «El hospital de campaña se montó el 18 de febrero, cuando empezó la masacre. Disparaban a matar y recibimos muchos heridos. Disponíamos de quirófano, pero cinco personas perdieron la vida», señala Banar Yuriy, anestesista de 48 años: «No dimos abasto. Durante los peores días, llegaron aquí miles de heridos».
Un tercio de la catedral se usa para almacenar medicamentos. El resto, a los servicios religiosos. Según Konstyantyn Lorynskiy, sacerdote de la iglesia ortodoxa del Patriarcado de Kiev -que al contrario que la Iglesia Ortodoxa Rusa ha apoyado a la oposición- «esta iglesia tiene las puertas abiertas a la gente necesitada. La gente de Maidán es nuestra gente. La voz de la gente es la voz de Dios».
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