La ONU alerta del auge del fascismo en Europa y EEUU

La victoria del Brexit y de Donald Trump han catapultado y normalizado un discurso ultranacionalista, conservador, identitario y racista de corte autoritario

Donald Trump y Nigel Farage, juntos en la torre Trump

Donald Trump y Nigel Farage, juntos en la torre Trump / periodico

CARLES PLANAS BOU / BERLÍN

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Al echar la vista atrás, los libros de historia recordarán el 2016 como el año en que Europa echó el pestillo a los refugiados o en que Siria siguió ahogada en la guerra pero sobre todo porque el populismo xenófobo alcanzó el poder y rompió el tablero político de las democracias occidentales. “La retórica antiextranjera llena de veneno y odio desenfrenados está proliferando hasta un grado espantoso y es cada vez más incontestable en partes de Europa y EEUU. La retórica del fascismo ya no se limita a un submundo secreto, se está convirtiendo en parte del discurso cotidiano normal”, ha denunciado el alto comisionado de la ONU para los Derechos Humanos, Zeid Ra'ad Al Husein, utilizando por primera vez el termino fascismo para describir un fenómeno al que hasta ahora se tildaba de populismo.

Además de ser “un año desastroso para los derechos humanos”, el responsable de la ONU ha lamentado que la falta de respuestas de la clase política ante complejos problemas socioeconómicos haya hecho mella en una ciudadanía preocupada que ha terminado apostando por voces que explotan sus temores. Con motivo de la celebración este sábado del Día Internacional de los Derechos Humanos, Ra'ad Al Hussein señala que ese argumentario ultra y xenófobo ha dejado de ser marginal para instalarse en el discurso dominante y ser aceptado sin incomodidad por parte de los ciudadanos.

El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki Moon, se ha sumado a esa alerta y ha asegurado que es "inaceptable" la cantidad de personalidades con responsabilidad política que están mostrando "actitudes discriminatorias y xenófobas" y pronunciando afirmaciones "políticamente inaceptables". 

TRUMP Y BREXIT, UN MISMO SÍNTOMA

Si hay dos acontecimientos que trascenderán este 2016 son la victoria de Donald Trump en Estados Unidos y el Brexit, el adiós británico a la Unión Europea impulsado por el UKIP de Nigel Farage. Ambos casos suponen el triunfo en las urnas de un discurso ultranacionalista, conservador y de corte racista y autoritario anteriormente silenciado como respuesta a la preocupación ciudadana por el desmantelamiento neoliberal del Estado del bienestar. Su éxito ha puesto cara a una realidad hasta ahora oculta. Así, se han podido ver grupúsculos de supremacistas blancos reunidos en Washington levantando la mano y gritando ‘Heil Trump’

Su éxito se ha sostenido en un discurso que apela al sentimiento de frustración del ciudadano, aunque este sea falso, en lugar de proveer un dato empírico, lo que se ha llamado ‘post-verdad’. Ese mismo método es el utilizado por Marine Le Pen en Francia y por Geert Wilders en Holanda, dos abanderados europeos de este movimiento que pueden llegar al poder en el 2017. Incluso en Alemania, donde la reminiscencia del nazismo es aún más presente, el populismo xenófobo apunta a situarse como tercera fuerza política del país.

POPULISMO XENÓFOBO EN LA EUROPA CÓMODA

“Lo que pasa en Europa rompe el mito de los estereotipos recogidos en los años 1930, el auge de la ultraderecha no es consecuencia directa ni de la inmigración ni de la crisis económica”, asegura Xavier Casals, historiador y especialista en extrema derecha. Eso explica que ese auge también se viva en países prósperos. La semana pasada Austria esquivó la llegada del ultraderechista FPÖ a la presidencia pero aún así esta formación de raíces nazis y antisemitas es la que cuenta con una mayor intención de voto para formar gobierno. En la vecina y rica Suiza los populistas ya lo han hecho.

El fenómeno se repite en los países escandinavos, una vez vistos como modelos de la Europa progresista, donde se ha aceptado ampliamente la “amenaza cultural” del Islam. Así, la alternativa euroescéptica y nacionalista gobierna en coalición en Finlandia y Noruega, condiciona la acción del gobierno en Dinamarca y pisa los talones al establishment en Suecia.

Pero probablemente los casos más esperpénticos del continente se encuentran en Hungría o Polonia, donde la deriva autoritaria se ha impulsado bajo una islamofobia basada en el conservadurismo étnico por un lado y en el fundamentalismo católico por el otro que no se sustenta en datos. Así, en el primer país el número de inmigrantes no europeos supone el 1,7% de la población mientras que en el segundo es de tan solo el 1%. Eso no ha evitado que el ejecutivo húngaro de Viktor Orbán (presionado por el partido aún más radical Jobbik) y el polaco de Beata Szydlo no hayan acogido ni a un solo refugiado de las cuotas de repartición establecidas con la UE y hayan impulsado medidas de control sobre el poder judicial y los medios que Bruselas ha considerado un “golpe de Estado”. Ante tal panorama, el 2017 puede convertirse en el año en que ese “fascismo” maquillado escaló un peldaño más.