UNA CONSTANTE HISTÓRICA

Las guerras del petróleo

EEUU ha intervenido militarmente para acceder al crudo o garantizar su circulación

RICARDO MIR DE FRANCIA / WASHINGTON

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El 23 de enero de 1980, unos meses después de la invasión soviética de Afganistán, Jimmy Carter enunció ante el Congreso lo que pasaría a conocerse como la doctrina Carter. El acceso al petróleo del golfo Pérsico forma parte de los «intereses vitales» de EEUU, declaró durante el discurso del estado de la Unión. Su país utilizará «todos los medios necesarios, incluida la fuerza militar», para preservar la hegemonía de una región que por entonces contenía dos tercios de las reservas mundiales de petróleo. Desde aquel día, todos sus sucesores han invocado aquella doctrina. Unos para ir a la guerra, otros a modo de disuasión.

La estrecha relación de EEUU con el Golfo comenzó años antes, durante la segunda guerra mundial, cuando la Administración de Roosevelt empezó a temer que el esfuerzo bélico agotara las reservas petroleras del país, por entonces el primer productor del planeta. En 1945, Roosevelt selló con el rey Ibn Saud de Arabia Saudí el pacto de sangre que ha unido a ambos países desde entonces. EEUU tendría acceso al petróleo saudí y, a cambio, protegería a su régimen de cualquier agresión externa. Solo cinco años después, la CIA y el MI6 británico orquestaron el golpe de Estado que derrocó al liberal Mossadegh en Irán después de que nacionalizara el petróleo. La sangre por el oro negro empezaba a correr.

Carter creó una fuerza de despliegue rápido para proteger los flujos de petróleo en el Golfo, lo que más tarde se convertiría en el Comando Central del Pentágono (Centcom). Y Reagan no tardó en utilizarla, cuando envió a sus fragatas a proteger a los petroleros kuwaitís de un posible ataque iraní durante los últimos compases de la guerra que enfrentó a Irán e Irak.

En agosto de 1990, Sadam Hussein, apoyado por EEUU durante su guerra contra los ayatolás, invadió Kuwait. «Nuestro país importa casi la mitad del petróleo que consume y podría enfrentarse a una gran amenaza contra su independencia económica», dijo Bush padre pocos días después para justificar la intervención estadounidense. Sus tropas iban ya de camino a proteger los pozos saudís y, aunque con el tiempo se esgrimirían otros motivos, como la necesidad de liberar Kuwait o de destruir las armas de destrucción masivas iraquís, el propósito inicial de la guerra quedó claro.

EL EMBARGO

Bajo los auspicios de la Administración de Clinton, la ONU impuso el devastador embargo económico a Irak que, según la revista Lancet, se cobró la vida de medio millón de iraquís, y el programa que permitió a Irak exportar petróleo a cambio de alimentos. Pero el trabajo no había acabado. 1998 es una fecha fatídica. Aquel año, por primera vez, EEUU importó más de la mitad del petróleo que consumía y Bush hijo abrió su presidencia reconociendo que el país atravesaba una «crisis energética». El tejano encargó a sus asesores que buscaran fórmulas para combatirla y, entre sus conclusiones, determinaron que había que «abrir [en Oriente Próximo] áreas de los sectores energéticos a la inversión extranjera». Si Irak fue o no una guerra por el petróleo sigue siendo un tema de debate. Gente como el general John Abizaid, exjefe de Centcom y de las operaciones militares en Irak («claro que es sobre el petróleo, no lo podemos negar») piensa que sí. O Alan Greenspan («Me entristece que sea políticamente inconveniente reconocer lo que todo el mundo sabe: la guerra de Irak fue en gran medida por el petróleo»).

Lo cierto es que la guerra sirvió para privatizar la industria iraquí y abrirla a la inversión extranjera tras haber permanecido nacionalizada y sujeta a enormes restricciones bajo el régimen de Sadam. Pero la doctrina Carter no murió con los neocon. Pese a la creciente independencia energética de EEUU, Obama dijo en el 2013 ante la Asamblea General de la ONU que su país está dispuesto a usar la fuerza militar «para asegurar el libre flujo de la energía desde la región al mundo». Se refería, claro, a Oriente Próximo y el mensaje iba destinado a Irán, aunque su Ejército protege oleoductos directa o indirectamente en todo el mundo, desde Georgia a Colombia. Las guerras del petróleo no han escrito su último capítulo.