UNA HISTORIA LLENA DE RECELOS

Identidad nacional

Muchos hongkoneses sienten que tienen poco que ver con la China continental y subrayan lo que les diferencia de sus vecinos

Una manifestante que lleva un cerdito de juguete grita consignas durante la protesta en Hong Kong, ayer.

Una manifestante que lleva un cerdito de juguete grita consignas durante la protesta en Hong Kong, ayer.

ADRIÁN FONCILLAS
HONG KONG

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«Hoy no hay nada que celebrar. Los hongkoneses no tenemos día nacional y este no es el nuestro», afirma Viola Chung, ama de casa, en el Día Nacional de China. La cuestión identitaria también importa en Hong Kong. La evolución de los que dicen sentirse hongkoneses, chinohongkoneses o chinos sirve de termómetro de las relaciones entre Pekín y la isla en las últimas décadas.

Los años posteriores al regreso a la madre patria de 1997 fueron de vino y rosas. El Gobierno central había respetado sus privilegios heredados de los británicos, la economía crecía y Pekín ayudó a que la isla remontara la crisis del SARS del 2003. Aquello se ha acabado. Los hongkoneses acusan hoy a Pekín de entrometerse en sus asuntos y  traicionar el modelo «un país, dos sistemas». Y los chinos del interior son dibujados como una plaga de langostas en la prensa local.

Hong Kong sufre la competencia de otros centros financieros y los problemas sociales se han agravado. La burbuja inmobiliaria, principal lamento local, se achaca a los ricachones del interior, que coleccionan propiedades en la isla como signo de estatus. «Soy hongkonés y vivo de alquiler muy lejos del centro. Aquí es imposible comprarse una casa. Incluso bloques de apartamentos se han reconvertido en hoteles ilegales para los turistas chinos», sostiene Carlo Wong, empresario de 52 años.

Hong Kong tiene la misma población que Catalunya con un territorio 30 veces menor, así que el aluvión de chinos del interior tensa la capacidad ya complicada de sus servicios. Acaparan toda la leche infantil de las farmacias porque no se fían de las suyas, saturan las salas de maternidad y dejan sin plazas de guardería a los locales. Y se añade el problema clasista: para los refinados, cosmopolitas y angloparlantes hong-

koneses, sus hermanos del interior son nuevos ricos asilvestrados. «Tenemos culturas y educaciones diferentes. Ellos escupen, hablan muy alto. Deberían intentar comportarse aquí como lo hacemos nosotros», señala Olivia Wong, oficinista de 35 años. En la red circulan vídeos virales de chinos del interior que orinan donde no deben o comen en el metro. Estos lamentan el desprecio que sufren de los locales y se preguntan por qué disfrutan de unos derechos ajenos al resto de la nación.

El espacio ocupado en Mong Kok, al otro lado de la bahía, ofrece un aspecto diferente al resto. Cuentan que el conductor de un autobús detuvo el domingo el motor como gesto de apoyo a los primeros estudiantes sentados porque aún disponía de espacio para pasar. Los cinco autocares que le precedían quedaron varados, y todos continúan ahí. Sus lunas se han llenado de fotos de Gandhi y Martin Luther King en contraposición a las de Leung Chung-ying, el controvertido jefe del Ejecutivo hongkonés. Abundan  las pancartas con reclamaciones sociales y políticas. El estilo las emparenta con los dazibao (afiches redactados por un particular y colgados en murales para que los leyera el público) tan frecuentes en la historia china. Aquella tímida sentada ha desembocado en carpas, escenarios y una instalación de sonido espectacular.

«Somos diferentes, no somos corruptos, estamos orgullosos de nuestra libertad», repite Cally Chat, oficinista de 28 años. Opina que un líder libremente elegido se preocuparía más de los intereses hongkoneses y defiende un proteccionismo «como el europeo». «Que no dejen entrar a tantos hasta que nosotros estemos mejor», exige.