Periodismo extraviado

Una prensa en crisis ha allanado el camino a la irrupción de webs que fabrican noticias falsas para un público que necesita alimentar sus prejuicios

Trump sube la escalerilla del 'Air Force One'.

Trump sube la escalerilla del 'Air Force One'. / periodico

RAMÓN LOBO

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Los periodistas hemos perdido la esencia de nuestro trabajo: la verdad. Cotiza más el bulo que el hecho comprobado. Marcan el paso medios militantes como Fox News que no buscan narrar lo que sucede sino suministrar material, a menudo incendiario, real o falso, a un público que exige alimentar sus prejuicios. Del lodo de la ignorancia brotan webs de agitación como Breitbart, creada por el supremacista blanco Steve Bannon, ascendido a asesor en jefe de Donald Trump.

Llevamos tiempo sometidos a la dictadura de lo espectacular, el ‘trending topic’, el impacto y el ‘prime time’. Se extravió el objetivo original del periodismo: contar historias que expliquen un mundo complejo.

Señalar a la recesión del 2008 como la madre de todos los males es simplista. Es cierto que se aprovechó la crisis económica para el despido masivo de periodistas y para recortar gastos en noticias, paciencia y calidad. Primaron las cotizaciones en bolsa de las compañías de comunicación sobre las exclusivas. La culpa del desarme ético del periodismo profesional, debilitado para hacer frente al reto de Donald Trump y de líderes similares, es de los propios medios: sustituyeron el negocio de la credibilidad por la obediencia a los accionistas.

Irrupción trumpiana

La irrupción trumpiana nos sorprendió informando de lo banal; igual que el Brexit o lo que pueda suceder en Francia en mayo. No supimos palpar el sentir de “la calle” porque hemos dejado de pisarla. La sociedad a la que nos dirigimos nos señala como parte del conglomerado del poder y de la defensa de sus intereses. Aunque esto sea cierto en unos casos y falso en otros, la ciudadanía nos percibe como un todo. Dejó de confiar en nuestras historias en el momento más delicado, cuando necesita un periodismo riguroso y honesto que le ayude a defenderse de gobiernos repletos de tics autoritarios que amenazan el contenido de la democracia.

Allá está Donald; aquí, la ley mordaza. En Francia, las leyes de emergencia. Vivimos un retroceso en la libertad de expresión. Y está el miedo; miedo a perder el trabajo, miedo a que te metan en la cárcel por un tuit.

Hechos alternativos

El presidente de EEUU bravuconeó en julio de 2016: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. Lo peor es que tiene razón. Es el primer mandatario estadounidense en décadas que se niega a presentar su declaración de renta. No es lo mismo que un disparo, pero parece un insulto a toda la ciudadanía.

Nos escandaliza Kellyanne Conway, asesora de comunicación de Trump, cuando se habla de “hechos alternativos” para defender que en la inauguración hubo millones de personas, pese a que las fotos y los datos lo desmienten. Es la misma Conway que se ha inventado la matanza de Bowling Green para justificar el veto a los nacionales de siete países de mayoría musulmana. El problema es que a los votantes de Trump y a una sociedad golpeada, poco leída y desmovilizada, les da igual.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"No es nuevo que los l\u00edderes mientan.\u00a0","text":"La novedad es que los ciudadanos han dejado de interesarse por la verdad"}}'The Economist' lo llama “era de la posverdad”. No es nuevo que los líderes mientan. La novedad es que los ciudadanos dejaron de interesarse por la verdad. Conway es brillante: conoce el terreno. Y lo sabe Trump cuando arremete contra periodistas, actrices y jueces. Es su cortina de humo. Y funciona: más del 50% de sus votantes republicanos cree que ganó a Hillary Clinton en voto popular pese a perder por casi tres millones. Si logra imponer su discurso de la nación, estará ocho años en la Casa Blanca y el daño moral será incalculable.

Trump torpedea la línea de flotación de un periodismo magullado. Quedan en EEUU grandes cabeceras, como 'The New York Times' o 'The Washington Post', pero corren el riesgo de perderse en la anécdota, de olvidar el verdadero desafío.

Se han publicado decenas de buenas historias humanas de los afectados por “el veto musulmán”. ¿Llegan al gran público? ¿Modifican la percepción de la mayoría? En la red han surgido cientos de medios de calidad que apuestan por la investigación y el reportaje, dos géneros relegados en España. Serán las alianzas entre los medios tradicionales y los digitales los que fiscalicen a un presidente imprevisible.

Las redes no son alternativas

Las redes sociales no son aún alternativa suficiente y sostenible, pese a que aportan nuevas voces y quiebran el monopolio de los medios tradicionales. En la transmisión masiva de la verdad se ha difuminado la verdad. En Internet fluye mucha basura que se presenta igualada a las buenas historias, pero no mayor en proporción de la que se exhibe en el kiosko. Es la tesis de David Remnick, director de 'The New Yorker', una revista de referencia y puntal de la resistencia a Trump.

La diferencia es que antes había en los kioskos periódicos y revistas con prestigio que separaban lo importante de los superficial. Muchos se han dejado contagiar por el todo vale, el corta y pega. Será más barato, pero nos está matando. Es un virus contagioso, como el del 'Ensayo sobre la ceguera' de José Saramago. La credibilidad se construye durante años y se pierde en un mal minuto.

Además de los medios, las manifestaciones, los actos de resistencia y el aumento de las donaciones a organizaciones de defensa de los derechos civiles, la oposición está sobre todo en los cómicos, en programas como Saturday Night Live. Para Jett Heer, editor de The New Republic, “la broma no derrotará a Trump, pero ese no es el asunto. Los chistes le ayudaron a ganar la presidencia. Quizá ahora ayuden a que sus oponentes le sobrevivan”. In sha'Allh.