EL RELATO DE UNA NOCHE DE TERROR EN PARÍS

El ejército del horror

Recogimiento ante el simbolo de la paz con la Torre Eiffel, en Laussanne.

Recogimiento ante el simbolo de la paz con la Torre Eiffel, en Laussanne.

MARTA LÓPEZ

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La pesadilla contra la que han estado luchando los servicios secretos y antiterroristas occidentales se ha hecho realidad en París. El esperado y temido atentado perpetrado por combatientes forjados en la lucha en Irak y Siria ha golpeado la capital francesa -por segunda vez en 10 meses- con una saña atroz y calculada planificación: 129 muertos y 352 heridos en siete ataques simultáneos, obra de al menos ocho terroristas (siete de ellos suicidas) equipados de armas automáticas y chalecos de explosivos. Una espiral de horror ya no protagonizada por lobos solitarios, sino por comandos coordinados con los que el Estado Islámico (EI) exhibe su fuerza pujante.

El terrorismo ha cambiado de cara, la respuesta posiblemente mute también. Debería hacerlo. «Es un ataque contra toda la humanidad», resumió el presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

La peor acción terrorista cometida en suelo europeo desde el 11-M en Madrid (191 muertos) ya no lleva el sello de Al Qaeda, sino de otra versión más sofisticada y evolucionada del terror islamista radical. El Estado Islámico tiene mucho dinero, arsenales, importantes apoyos internacionales, redes en Europa de captación de adeptos y un sofisticado aparato de propaganda. Controla un territorio donde ha impuesto sus leyes del medievo y ha borrado fronteras.

El avión del Sinaí

Hacía tiempo que buscaba su gran golpe en Europa y lo ha dado en Francia, uno de los países que participa desde el principio en la coalición liderada por Estados Unidos que bombardea posiciones del EI en Irak y Siria. Hace solo dos semanas, la rama egipcia del Estado Islámico se atribuyó el derribo de un avión ruso en el Sinaí con 224 personas a bordo (ninguna sobrevivió), en respuesta también a los ataques rusos en Siria. Dos acciones que demuestran una fuerza letal demoledora.

El presidente francés, François Hollande, no ha dudado en hablar de un «acto de guerra» contra Francia, utilizando un lenguaje muy similar al del presidente George Bush después de los atentados del 11-S en Nueva York y Washington. «Enfrentados a la guerra, tomaremos las acciones apropiadas», anunció el dirigente prometiendo una lucha «sin cuartel contra los bárbaros del Estado Islámico».

La declaración tuvo una respuesta inmediata, que situó a Francia como objetivo prioritario. En un vídeo, cuya autenticidad se está investigando, un combatiente del Estado Islámico, flanqueado de militantes, amenaza a los franceses: «No viviréis en paz mientras nos sigáis bombardeando. Tendréis miedo hasta de caminar para ir al mercado». Un mensaje que recorrió como un escalofrío la espina dorsal de gobernantes y ciudadanos europeos.

El temido retorno

¿Cuándo, dónde y quienes serán los próximos?, es la pregunta que flota en el ambiente. Ante la amenaza: refuerzo de las medidas de seguridad en medio de una conmoción general y la convicción de que es muy difícil seguir de cerca a las decenas de combatientes yihadistas retornados de Irak de y de Siria, cada vez más numerosos y curtidos en la guerra.

El presidente francés fue categórico al afirmar que los atentados fueron prepararados desde fuera de Francia con ayuda interna. De la investigación ha trascendido que al menos uno de los atacantes era un francés conocido de la policía por delitos comunes.

La investigación señala al menos a ocho terroristas pertenecientes a tres comandos y equipados todos con los mismos chalecos de explosivos, que actuaron en siete frentes diferentes de la capital francesa durante más de media hora. Fueron treinta y pico minutos que se asemejaron a una eternidad, con escenas apocalípticas en pleno centro de París. Algunos vídeos grabados por testigos dan fe del horror vivido.

Todo empezó a las 21.20, cuando tuvo lugar el primero de los ataques en los alrededores del Estadio de Francia, en Saint Denis, contra una brasería. En esa zona fueron atacados también minutos después dos locales de comida rápida. Dos asaltantes a cara descubierta y con fusiles automáticos abrieron fuego contra las terrazas de los restaurantes Le Petit Cambodge y Le Carillon.

«Alá es grande»

A las 21.40, cuatro hombres armados con rifles de asalto AK-47 irrumpieron a sangre y fuego en el teatro El Bataclan al grito de «Alá es grande» y con alusiones a Irak y Siria. Dispararon durante entre 10 y 20 minutos, mientras los espectadores con más suerte lograban escapar, sorteando los cadáveres de los que caían víctimas de la barbarie de tiradores completamente enloquecidos. La toma de rehenes se alargó hasta pasada la medianoche, cuando la policía francesa lanzó el asalto final. En el teatro murieron más de 80 personas.

Junto a los restos de uno de los suicidas que se hizo explotar junto al Estadio de Francia, fue localizado un pasaporte sirio de un joven nacido en 1990. Las autoridades griegas señalaron que el documento fue resgistrado el pasado 10 de octubre en la isla griega de Leros, sin que haya certeza de que el pasaporte perteneciera a la persona que lo llevaba, ni tampoco si pertenece a uno de los terroristas o a una de sus víctimas.

Pero la posibilidad de que se trate de un terrorista que se hizo pasar por refugiado es estremecedora. Sobretodo ante el temor de que acaben pagando estos atentados las decenas de miles de personas que huyen de la misma barbarie que ahora toca a nuestras puertas.

Ese no es el camino.