El referente

La cabeza más cara del periodismo

Wang Keqin, icono de los reporteros chinos, acumula amenazas por sus valientes artículos

En acción 8 Wang Keqin, en la redacción de su diario de Pekín.

En acción 8 Wang Keqin, en la redacción de su diario de Pekín.

A. F.
PEKÍN

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Wang Keqin es el periodista chino más caro. No por sueldo, escasamente por encima del mísero estándar gremial (unos 190 euros mensuales, más extras por artículo publicado). Es su cabeza, tasada en 500.000 euros. También es, probablemente, el mejor periodista del mundo. Por currículum, principios y rigor. Y por pionero, por desbrozar la senda periodística de propaganda a los jóvenes colegas.

Antes de que sus reportajes encarcelaran a centenares de corruptos, destituyeran gobiernos locales, corrigieran políticas de Pekín y le convirtieran en un icono de la libertad de expresión, Wang era un campesino en Gansú. En aquella paupérrima provincia del interior pronto descubrió las ventajas del periodismo.

Como funcionario del Gobierno cobraba 0,3 euros por noticia propagandística pasada a los medios. «Podía comprar seis cuencos de fideos. Era fácil conseguir un sobresueldo. Entré en un diario para subir mis ingresos. Me sentía importante por entrevistar a políticos y cogía el sobre rojo como todos».

Wang se cayó del caballo con unos campesinos desesperados por un robo de tierras que le imploraban ayuda. Poco después denunciaba que el poder local vendía materiales nuevos como reciclados. Millones de yuanes malversados, 150 encarcelados, amenazas de muerte diarias y un cuchillo en la garganta en un oscuro callejón. «Estaba aterrorizado, cambié a mi familia varias veces de casa. Pero también orgulloso por salvar el patrimonio público. En China valoramos a los mártires que se sacrifican por el país. Estaba dispuesto a morir».

Estaría muerto sin Zhu Rongji, entonces primer ministro y uno de los políticos chinos más brillantes. Ordenó la protección policial a su familia y se trajo a Wang a Pekín con libertad para destapar corruptelas. Reportajes sobre las condiciones semiesclavistas que imponen las compañías de taxis a sus conductores o los chanchullos de las bolsas han forzado nuevas regulaciones estatales.

Cartas de denuncias

Wang se recupera de su último caso con el que recientemente conmocionó al país: tras meses de investigación demostró que vacunas defectuosas causaron cuatro niños muertos y 74 enfermos en la provincia de Shaanxi. Irónicamente, no se habían refrigerado para evitar que se despegaran las etiquetas que aseguraban su calidad. El diario recibió presiones y su editor fue despedido, tras 15 años dirigiendo el China Economic Times, por defender a Wang.

El diario ocupa un viejo edificio a las afueras de Pekín. La redacción, en lugar de las mesas comunes, está organizada en cubículos individuales, como si de una fábrica se tratara. El silencio casi absoluto contrasta con el fragoroso ajetreo en la pequeña oficina de Wang, quien atiende sin desmayo dos teléfonos y a varios de sus jóvenes ayudantes. Tiene paredes desconchadas, sillones sucios hasta lo insalubre y dos ceniceros llenos de colillas de un tabaco barato que han enlutecido su dentadura. «La mejor forma de lograr la confianza de un campesino es ofrecerle un cigarrillo», dice. Habla bajo, ríe mucho y da la sensación de ir dos minutos por delante en la conversación.

Ordenadas en grandes sobres y apiladas hasta el techo están las cartas que llegan de todo el país con denuncias de quienes sueñan que Wang investigue sus casos. Su oficina se conoce en broma como la «oficina de peticionarios número dos». Solo puede investigar un 1%. Los elige midiendo el impacto social, la humanidad y el alcance político.

Wang se enorgullece de recibir los mayores sobornos de gobiernos locales y compañías por silenciar sus vergüenzas. Recientemente, uno de 80.000 euros en efectivo. Carece de coche y usa ropas baratas y gastadas. «Muchas grandes compañías tienen a un responsable para tratar con los medios. Si hay algún escándalo, reparten sobres. Es muy común en las mortales minas de Shaanxi. Cuanto más grande es el medio, más dinero. He visto a periodistas jóvenes retirarse después de un caso. También en este diario muchos aceptan sobres. Hay becarios que ganan más que yo. Por eso me llaman lobo solitario».

Estrellas del futuro

Es el precio que paga el periodismo por su nuevo poder de arruinar empresas y encarcelar corruptos. Pero Wang prefiere fijarse en las nuevas hornadas limpias que lo idolatran. «El mejor periodismo nació en Estados Unidos en el siglo XIX para denunciar los excesos del paso de una sociedad agrícola a industrial: la pobreza rural, la explotación laboral… Ahí está ahora China. En 20 años tendremos a estrellas de la profesión. El futuro del periodismo de investigación está aquí».

Wang nunca viaja sin una cajita con tinta roja. Tras entrevistar a alguien, le lee lo apuntado y pide que selle la declaración con su pulgar. Los reportajes de Wang, apuntalados por hojas salpicadas de huellas dactilares rojas, son incontestables. Inventó el método después de que varios se desdijeran. Wang carecía de referentes previos. Los nuevos periodistas chinos le tienen a él. En breve publicará un manual. Periodistas del mundo, atentos. El campesino de Gansu va a sentar cátedra.