La minoría discriminada

«No todos los rumanos robamos»

El colectivo en BCN cree que, hagan lo que hagan, son vistos como carteristas

DAVID PLACER
BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Ana María Maldovan, una gitana rumana de 20 años que vive de la mendicidad y reside en una casa abandonada en Barcelona, llamó a la policía el viernes pasado para denunciar que un joven magrebí estaba golpeando a un compatriota frente a la vivienda. «Lo golpearon por todas partes, le rompieron varios dientes y luego lo movieron para ver si estaba muerto», asegura. Apenas llegó la policía, la joven, su marido y su suegra terminaron detenidos. Ana María, que tenía dos móviles en el bolsillo, tuvo que pasar la noche entre rejas porque no tenía factura. La acusaron de haber comprado o recibido un teléfono robado, según confirmaron los Mossos d'Esquadra. Y su suegra, una mujer de 42 años, también fue acusada de agredir al joven marroquí, según consta en el auto del juzgado.

Pocos días después, Ana María lee una noticia en un diario que le llama la atención: el Gobierno de Francia quiere expulsar a todos los gitanos rumanos del país o, al menos, eso es lo que recuerda. Pero, preocupada por ganar lo suficiente para mantenerse y enviar dinero a su padre enfermo en Rumanía, no le da mayor importancia. No ha tenido tiempo de pensar en si esa situación puede repetirse en España. Ni siquiera ha reflexionado sobre si se trata de una injusticia o un acto de xenofobia. La supervivencia tiene otras urgencias. «De verdad, no he pensado en nada de eso. Estoy preocupada por reunir 50 euros cada dos días para enviar a mi padre enfermo», confiesa.

La familia de Ana María, como muchos otros gitanos rumanos, mantiene una visión idílica de Francia. «Con tres niños, puedes recibir 1.400 euros y una casa en algunos pueblos. Eso es lo que me dicen mis amigos que viven allí», comenta Carmen, su suegra. Pero pese a ello, nunca han ido a Francia para evitar coincidir con parte de la familia con la que no mantienen buena relación.

En España, su desconocimiento de la forma de vida de la ciudad y de sus derechos hace que tengan miedo a cualquier extraño que se les acerca a preguntar algo. «Tenemos miedo de la policía. El otro día me pegaron y me quitaron 20 euros y me dijeron que me podían expulsar a Rumanía si denunciaba a los agentes», afirma Sergiu, de 21 años, marido de Ana María, y en tratamiento contra el cáncer.

A los gitanos rumanos les cuesta entender por qué Ana María estuvo en prisión por tener un móvil sin factura o por qué a otro habitante de la casa le han decomisado el violín con el que pedía dinero en el metro. «Aquí cualquiera abusa de esta familia. Los marroquís que antes ocupaban la casa o la misma policía. Son vulnerables porque son casi analfabetos, no conocen el idioma y ni las leyes», asegura un anciano español que vive en otra ala de la casa.

Otras dedicaciones

Pese a que el colectivo ha sido estigmatizado por cometer hurtos en lugares turísticos, buena parte de los gitanos rumanos se dedican a la recogida de chatarra o a la mendicidad, que es considerada por el grupo como una forma de trabajo más. «Siempre tenemos que decir que no todos los rumanos robamos», dice Carmen.

La familia rechaza regresar a Rumanía porque allí es casi imposible conseguir trabajo y no pueden vivir de la recogida de chatarra o de la mendicidad tan fácilmente como España. Sin agua, sin luz y rodeados de «ratas como conejos», explican que si se dedicaran al hurto, vivirían mucho mejor. Solo tienen un consuelo. «A Sergiu lo operaron de cáncer gratis -explica Carmen-. En Rumanía hay que pagar. Ya estaría muerto».